viernes, 3 de abril de 2015

Carlos Gaviria Díaz

Carlos Gaviria, el humanista

Editorial de El Colombiano 15-04-02

Otra pérdida, en corto tiempo, de un referente necesario en una democracia aún en construcción: el maestro y político que imprimió humanismo y libertad a las normas constitucionales.

La figura de Carlos Gaviria Díaz, tanto para sus antiguos discípulos en la Universidad como para las nuevas generaciones que lo escuchaban disertar con aplomo y buen juicio, representó la del viejo profesor a quien siempre había que escuchar con atención. No por temor reverencial hacia el maestro estricto, sino por el bagaje intelectual del que era dueño y del que hizo gala en la academia, en la rama judicial como magistrado de la Corte Constitucional y en la política activa.

Su figuración como hombre público fue más notoria como magistrado de la Corte Constitucional, desde 1993, y luego como senador y candidato presidencial, pero realmente su prestigio intelectual tenía ganado el espacio desde sus épocas de catedrático y vicerrector de la Universidad de Antioquia.

No llegó a la Corte Constitucional como candidato improvisado, sino con suficientes credenciales de jurista estudioso y filósofo del Derecho fiel a la consigna kantiana: «Obra de tal manera que tu conducta pueda ser asumida como ley universal».

Su magistratura en el máximo tribunal encargado de la guarda de la integridad de la Constitución no estuvo exenta de polémicas, aunque de naturaleza muy distinta de las que hemos padecido en épocas recientes. Las polémicas nacían de las posiciones filosóficas del magistrado Gaviria Díaz, en aquellas sentencias que él mismo denominó como heterodoxas, y en las que puso de manifiesto su talante profundamente liberal, mejor dicho libertario, de defensor a ultranza de los derechos fundamentales, la autonomía personal, la defensa de la dignidad humana y del libre desarrollo de la personalidad.

Impulsó el Nuevo Constitucionalismo, corriente que tomó fuerza entre los demás magistrados de aquella Corte, y de esa opción se han generado efectos no solo jurídicos, sino sociales, económicos y hasta ambientales que constituyen materia de debate y no poca controversia. Ello por cuanto otorgó a los jueces poderes y facultades inéditas que no siempre se han concebido ni ejecutado con el rigor intelectual que les habría querido imprimir el magistrado Gaviria Díaz.

Como político activo se salió de los moldes establecidos, particularmente en lo que toca a los candidatos de la izquierda, corriente en la que siempre militó. Aparte del fino humor, lejano de los dogmáticos, nunca tuvo reparos en condenar el uso de las armas y de la violencia para hacer política.

En esto hay que ser diáfanos, ya que sus planteamientos sobre el delito político y cierto sentido altruista que argüía al explicar académicamente las posibilidades de amnistía para los actos de rebelión, podían ser mal entendidos en un entorno de pulsiones ideológicas exacerbadas por la realidad inmediata del conflicto armado.

Como se dijo de Álvaro Gómez Hurtado, compartiendo con este inteligencia y cultura privilegiadas pero poco más en materia ideológica, Carlos Gaviria nunca se permitió la frivolidad o la ligereza en sus discursos políticos. Elevó el nivel del debate público, sirvió con su sentido de humanismo y su ejercicio de profundo demócrata. Habiendo recibido agravios, pidió y demostró respeto para los adversarios. Sabía para qué era la libertad del pensamiento.

Culto, tolerante, coherente, nos deja el profesor Carlos Gaviria Díaz cuando, al igual que Nicanor Restrepo, su presencia y su magisterio se necesitaban como nunca en un país ansioso de referentes.

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