Carlos Gaviria, el humanista
Editorial de El Colombiano 15-04-02
Otra pérdida, en corto tiempo, de un referente necesario en
una democracia aún en construcción: el maestro y político que imprimió
humanismo y libertad a las normas constitucionales.
La figura de Carlos Gaviria Díaz, tanto para sus antiguos
discípulos en la Universidad como para las nuevas generaciones que lo
escuchaban disertar con aplomo y buen juicio, representó la del viejo profesor
a quien siempre había que escuchar con atención. No por temor reverencial hacia
el maestro estricto, sino por el bagaje intelectual del que era dueño y del que
hizo gala en la academia, en la rama judicial como magistrado de la Corte
Constitucional y en la política activa.
Su figuración como hombre público fue más notoria como
magistrado de la Corte Constitucional, desde 1993, y luego como senador y
candidato presidencial, pero realmente su prestigio intelectual tenía ganado el
espacio desde sus épocas de catedrático y vicerrector de la Universidad de
Antioquia.
No llegó a la Corte Constitucional como candidato
improvisado, sino con suficientes credenciales de jurista estudioso y filósofo
del Derecho fiel a la consigna kantiana: «Obra de tal manera que tu conducta
pueda ser asumida como ley universal».
Su magistratura en el máximo tribunal encargado de la guarda
de la integridad de la Constitución no estuvo exenta de polémicas, aunque de
naturaleza muy distinta de las que hemos padecido en épocas recientes. Las
polémicas nacían de las posiciones filosóficas del magistrado Gaviria Díaz, en
aquellas sentencias que él mismo denominó como heterodoxas, y en las que puso
de manifiesto su talante profundamente liberal, mejor dicho libertario, de
defensor a ultranza de los derechos fundamentales, la autonomía personal, la
defensa de la dignidad humana y del libre desarrollo de la personalidad.
Impulsó el Nuevo Constitucionalismo, corriente que tomó
fuerza entre los demás magistrados de aquella Corte, y de esa opción se han
generado efectos no solo jurídicos, sino sociales, económicos y hasta
ambientales que constituyen materia de debate y no poca controversia. Ello por
cuanto otorgó a los jueces poderes y facultades inéditas que no siempre se han
concebido ni ejecutado con el rigor intelectual que les habría querido imprimir
el magistrado Gaviria Díaz.
Como político activo se salió de los moldes establecidos,
particularmente en lo que toca a los candidatos de la izquierda, corriente en
la que siempre militó. Aparte del fino humor, lejano de los dogmáticos, nunca
tuvo reparos en condenar el uso de las armas y de la violencia para hacer
política.
En esto hay que ser diáfanos, ya que sus planteamientos
sobre el delito político y cierto sentido altruista que argüía al explicar
académicamente las posibilidades de amnistía para los actos de rebelión, podían
ser mal entendidos en un entorno de pulsiones ideológicas exacerbadas por la
realidad inmediata del conflicto armado.
Como se dijo de Álvaro Gómez Hurtado, compartiendo con este
inteligencia y cultura privilegiadas pero poco más en materia ideológica,
Carlos Gaviria nunca se permitió la frivolidad o la ligereza en sus discursos
políticos. Elevó el nivel del debate público, sirvió con su sentido de
humanismo y su ejercicio de profundo demócrata. Habiendo recibido agravios,
pidió y demostró respeto para los adversarios. Sabía para qué era la libertad
del pensamiento.
Culto, tolerante, coherente, nos deja el
profesor Carlos Gaviria Díaz cuando, al igual que Nicanor Restrepo, su
presencia y su magisterio se necesitaban como nunca en un país ansioso de
referentes.
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