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martes, 5 de febrero de 2013

Visita a Sopetrán y a Horizontes I


Una visita inolvidable a Sopetrán

Luis Fernando Múnera López



Para los hombres citadinos los pueblos y el campo tienen distinta connotación, dependiendo de que hayamos o no nacido en ellos.

Para los nativos de un pueblo, éste se convierte en objeto de su amor. ¿Por qué? El amor por el terruño se debe a que en él están las personas, vivas o muertas, que dejaron huella en uno, las vivencias, las alegrías, las ilusiones, las tristezas, los recuerdos, los valores, la cultura, los paisajes, las imágenes, los aromas, los sonidos, las texturas, las comidas, las canciones, las historias, las tradiciones, los vientos, los aguaceros, el sol, la luna y las estrellas, todo aquello en medio de lo cual uno nació y creció. «Yo soy yo y mis circunstancias». Y de allí nace, crece y permanece ese amor. Mejor dicho, toda esta perorata se resume en esta frase de la escritora y columnista Elbacé Restrepo: «Tal vez nuestro pueblo no sea el más lindo, ni el más rico, ni el más interesante, pero es el nuestro».

Para quienes nacimos en la ciudad, un pueblo usualmente no genera este sentimiento. Para nosotros una visita de esta clase tiene normalmente un carácter de paseo, por cultura o por diversión, pero paseo al fin y al cabo.

Yo caigo en esta última categoría. Sin embargo, visitar Sopetrán significa para mí llegar a la tierra de varios de los antepasados de mi padre, Alfonso Múnera Gaviria. Veamos mi tronco genealógico: De Sopetrán eran mis tatarabuelos Alberto Gaviria Gallón y Anita Blair Gaviria; también su hijo, mi bisabuelo Juvenal Gaviria Blair, casado con Dolores Martínez Villa; y la hija de éstos, mi abuela Julia Gaviria Martínez de Múnera, casada con «un negrito de Donmatías», Nacianceno Múnera Cadavid.

O sea, que así yo no tenga las vivencias, los recuerdos ni los sentimientos de mis amigos y parientes Gabriel Escobar Gaviria y Raúl Tamayo Gaviria, quienes nacieron y vivieron en Sopetrán, allí tengo parte de mis raíces. Y por tanto este miércoles 23 de enero de 2013 disfruté de una gratísima visita a Sopetrán en la compañía de ellos dos y del señor Nélver Hernández. Tuve allí varias experiencias que paso a narrar brevemente.

Tuve el honor y el placer de conocer en ese pueblo al señor Darío Sevillano Álvarez, ilustre y notable sopetranero, cronista, historiador, pintor, escultor, comunicador, educador y, como si fuera poco, pastor espiritual laico. Darío fue guía y acompañante de lujo en esta visita. Estuvimos en su casa donde se respira arte y cultura en cada salón y en cada pared.

Fue delicioso escuchar a Darío, a Gabriel y a Raúl contar infinidad de historias, hechos y personas que han conocido a lo largo de sus vidas, bien vividas.

Me mostraron varias casas, así:



Una casa, detrás de la iglesia principal, donde vivía Carlota Gaviria cuando la conoció su futuro esposo Gonzalo Escobar. Éste llegaba al pueblo como supernumerario de rentas y fue a la fotografía local para sacarse una foto. Entre las fotografías que el fotógrafo tenía exhibidas había una de su hija Carlota, por cuyo nombre el forastero atinó a preguntarle al futuro suegro. Se prendó de la belleza de la muchacha. Poco después la conoció y empezó una relación que acabó en feliz matrimonio. Son ellos los padres de Gabriel y de cuatro hermanos de éste.

Posteriormente, esa misma casa fue propiedad y hogar de Emilio Tamayo, padre de Raúl, y su familia. De esta casa, Raúl salía al caer la tarde, cuando contaba apenas diez años, para subir al potrero la bestia en que su padre acababa de llegar. El regreso, ya de noche, lo llenaba de temor pues debía recorrer senderos y calles que a esa hora se veían solos y oscuros.

En una esquina de la plaza, diagonal a la iglesia, está la casa de Ricardo Gaviria, abuelo de Raúl.

Cerca de la plaza, en una esquina, quedan sendas casas que fueron propiedad de los hermanos Tulia Gaviria Blair, abuela de Raúl, y Clímaco Gaviria Blair. Estos dos personajes fueron hermanos de mi bisabuelo Juvenal Gaviria Blair, ya citado. Por un descuido que deberé subsanar otro día, no pregunté por la casa de éste, que seguramente quedaría cerca de allí. Aquí queda claro el parentesco entre Raúl y yo.



Más abajo de estas residencias está la casa que fue propiedad de Gustavo Gaviria Blair, hermano de los ya mencionados. Allí vivían como inquilinos Gonzalo Escobar y Carlota Gaviria y allí nació Gabriel.

De paso, el parentesco que hay entre Gabriel, por un lado, y Raúl y yo por el otro, se debe a que Vicente Gaviria Gallón, tatarabuelo de Gabriel, era hermano de Alberto Gaviria Gallón, bisabuelo de Raúl y tatarabuelo mío. Como si fuera poco, Raúl y Gabriel tienen lazos comunes de sangre a través de otros dos de sus ancestros, pero ya no voy a complicar más esto. Pregúntenles a ellos.

Después de un delicioso y abundante desayuno, a las once de la mañana salimos en el carro de Raúl, conducido por Nélver Hernández, hacia el corregimiento Horizontes de Sopetrán. Éste se encuentra a 35 kilómetros, unas dos horas, de la cabecera, a 2.150 m. s. n. m. Se atraviesan las veredas Miranda, Alta Miranda, Santa Rita, Pomar, Isleta, Santa Bárbara, Loma del Medio y Llano de los Pardos. La carretera marca un ascenso franco y continuo, hacia las frías cumbres, con buena pendiente y buena banca, en balasto. Los paisajes a ambos lados son sobrecogedores, pues a un costado domina la imponente cordillera Central y al opuesto se divisan el cañón del majestuoso río Cauca y varias de las poblaciones de la región.




Paramos a conocer un cable que sirve de transporte de personas y productos agrícolas en la vereda. Darío nos contó que el cable también presta servicios turísticos y que, cuando allí reciben visitantes, al otro lado los lugareños los esperan con un delicioso sancocho de gallina o de res.








A eso de la una de la tarde llegamos a Horizontes. Visitamos la iglesia y conocimos al párroco, presbítero Jesús María Giraldo G., quien casualmente estaba empacando pues al otro día saldría para Segovia, España, para trabajar allí por varios años. Luego entramos a la Institución Educativa Rural Horizontes, el colegio de bachillerato del corregimiento, donde conocimos a varios de los profesores y alumnos. Darío les ofreció traerles los programas de divulgación que él maneja para enseñarles más acerca de la historia, la geografía y los valores culturales de Sopetrán, oferta que aceptaron encantados.



Verónica, una de los profesoras del colegio, nos facilitó un documento del cual tomo la siguiente descripción de Horizontes:

«Horizontes es un corregimiento del municipio de Sopetrán (Antioquia), ubicado en la vertiente occidental de la cordillera Central de los Andes en la serranía de Palo grande. La parte urbana la conforma una calle larga pavimentada enclavada en toda la Serranía Palogrande, quedando ladera pronunciada a lado y lado de dicha zona. Esta región fue conocida anteriormente con el nombre del Alto de la Chapa.

»Fundadores de Horizontes (antes La Chapa) fueron: Cristóbal González, Vicente Echeverri, Francisco Olarte y Saulon Marín. Donde está ubicado Horizontes sólo había cuatro viviendas, localizadas en los terrenos donde hoy están las ruinas de la casa de propiedad del Señor Justiniano Mesa, y las casas de Fabio Echeverri, Magdalena Mesa y el Puesto de Salud.

»Tuvo los primeros asentamientos de colonos a partir de 1760 caracterizándose la zona como despensa agrícola de la región minera del Norte de Antioquia. En 1864 la Chapa, hoy Horizontes, contaba con una población de 342 habitantes en su mayoría agricultores, sin embargo, el mayor asentamiento de población se dio a partir de 1900 con el cultivo masivo del café. En la actualidad la base económica del Corregimiento está representada por la agricultura y la ganadería, las cuales están amenazadas por la escasez de agua que ha surgido como consecuencia de las practica inadecuadas del manejo de los recursos naturales por los habitantes de la región las que han generado una gran destrucción vegetal y sequía en los nacimientos de agua».



Al regreso, muy cerca de Horizontes, paramos para visitar la casa donde nació y vivió José María Villa, el ingeniero que construyó varios puentes colgantes sobre el río Cauca, entre ellos el Puente de Occidente. Es ésta una casa con más de 150 años de antigüedad. Se encuentra en pie, aunque en mal estado. Allí vive actualmente una familia conformada por una señora y sus dos hijos. La vista que allí se tiene sobre el cañón del Cauca es espectacular.



Se destaca que desde el corredor de la casa se ve, abajo sobre el río, el mencionado Puente de Occidente. Esto permite imaginar muchas cosas, algunas de las cuales las recoge la tradición oral. Veamos.



Frente a la casa cruza el antiquísimo camino real que venía desde la meseta de San Pedro de los Milagros, con conexiones con el valle de Aburrá, y se dirigía hacia Sopetrán y los vados sobre el río Cauca, para continuar hacia Santa Fe de Antioquia. Algunos habrían soñado con un puente que cruzara el río y facilitara ese viaje, para el tránsito de viajeros, mercancías y ganados. Cuando José María Villa regresó a Colombia, después de graduarse como ingeniero en Nueva Jersey y de trabajar en la construcción del puente de Brooklyn en Nueva York, se dedicó a estudiar proyectos que mejoraran las comunicaciones viales en Antioquia. Trabajó con la idea de establecer la navegación fluvial en el río Cauca, abrir y mejorar caminos, construir puentes y demás.



Finalmente, mediante contrato con el Estado de Antioquia, se dedicó a los puentes colgantes. Pues bien, como una de las obras más importantes sería este Puente de Occidente, es fácil imaginarse al ingeniero Villa, sentado en ese corredor de su casa, mirando hacia el río, tocando violín y diseñando mentalmente esa importante obra.

Al final de la tarde regresamos a Sopetrán. Permanecimos un rato conversando con algunas personas que se acercaron. Darío nos contó varias de sus experiencias como seminarista y luego como líder espiritual de la iglesia cristiana ortodoxa.

A nuestro regreso a Medellín pude contar en casa que venía con las energías espirituales recargadas después de esta maravillosa visita a Sopetrán.

23 de enero de 2013

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