Gabriel Escobar Gaviria
Las Etapas del desarrollo humano,
bajo la lente de la Psicología tradicional
Darío Sevillano Álvarez
Prólogo.
A la edad de veintiún años,
ingresé al magisterio del Departamento de Antioquia, gracias a la mediación del
Doctor Pedro Nel Baena Pineda, que para la época, era el jefe de alfabetización
y tutelaba la zona del nordeste Antioqueño.
Una de mis grandes
preocupaciones, era el manejo de los niños, porque no había sido formado para
hacerlo, debido a que mi preparación era concebida, para el sacerdocio.
Pero como decimos los antioqueños,
que no damos un paso hacia atrás, ni para coger impulso: «En el camino se
ajustan las cargas». Me tocó aprender haciendo, la mejor disciplina con que
funcionamos los humanos en nuestra larga carrera de triunfos y de fracasos.
Intenté poner en práctica, las
enseñanzas de los grandes psicólogos de la Tierra, pero cuando leí sus
biografías, se me quitaron las ganas de hacerlo, porque en ellas muestran una
mano de locos que tratan de dar consejos que acompañan de muy malos ejemplos,
como aquel que encerraba a su esposa y a su niña, en la casa, porque era un
hombre celoso y se le olvidaba hasta por dos semanas, que ellas comían y
bebían.
Entonces me dije: «El manejo psicológico
de mis alumnos, lo voy a aprender basado en experiencias que la vida me enseñe,
así sea esculpiendo en mi ser las cañas y las arrugas, que son el mejor trofeo,
de la vida en nuestro largo trasegar, por el planeta».
Eso es esta obra, una serie de
vivencias y aprendizajes que adquirí, en los libros y en las personas con
experiencia calificada, a la largo de mi carrera docente, por espacio de
treinta y siete años; nada nuevo inventado por mí, sino las cosas del diario
batallar, como los escritos de los navegantes del espacio infinito, cuando
realizan un viaje; acompañadas de la sabiduría popular, herencia que se
transmite de palabra a palabra, como la tradición oral.
Lo más significativo de todo,
son las explicaciones anecdóticas que me
tocó manejar con los padres de familia y las siete generaciones de educandos,
que pasaron por mis manos y pudiera decir con el poeta paisano Carlos Mazo
Argüelles:
«Aquí enseñaron con placer mis
labios,
Aquí, sin inquietud y sin agravios,
Llena el alma de plácidos cariños,
Acaricié la frente de unos niños;
Aquí en la intimidad de los salones,
En esos días claros y lejanos,
Palpitaron cincuenta corazones,
Como un haz de polluelos, en mis manos.”
Aquí, sin inquietud y sin agravios,
Llena el alma de plácidos cariños,
Acaricié la frente de unos niños;
Aquí en la intimidad de los salones,
En esos días claros y lejanos,
Palpitaron cincuenta corazones,
Como un haz de polluelos, en mis manos.”
Espero que este escrito, obra
de la «Sangre, sudor y lágrimas» con que lo procesé, como dijera Churchill;
sirva a los maestros, a los padres de familia, a las escuelas de padres, a las
empresas y a todo tipo de corporaciones que involucren el manejo de humanos.
Aspiro a que los docentes
incorporen estas enseñanzas en sus charlas con las comunidades educativas y
ojalá, los que manejan los credos religiosos, pudieran capacitar a los aspirantes
al matrimonio, no con saber la Salve, el Padrenuestro, el Avemaría, los Mandamientos,
los Sacramentos y las Obras de misericordia, porque estas oraciones mejoran la
calidad de religiosidad del pueblo, pero nada aportan en la formación de los
hijos, que debiera ser la meta colectiva de todas las familias.
Generalidades
Los seres humanos, a lo largo
de nuestra existencia, pasamos por unas facetas en el desarrollo de nuestra
personalidad, que los psicólogos han acordado en llamar etapas
del desarrollo humano.
Vale la pena decir que la más
importante de todas, es la que vivimos en
nuestro primer año de vida, porque es la que decide cómo va a ser
nuestro comportamiento futuro, cómo nuestra personalidad o nuestra manera de ser, nuestro desarrollo psicológico, nuestro progreso físico y emocional, nuestra vida
sentimental y la manera como el
hombre se comportará por el resto de su existencia.
Pero antes de seguir adelante,
miremos con detenimiento cuáles son esas etapas:
La primera etapa es llamada por los sabios
la infancia, que comprende el primer año de vida, tal vez el más importante de
todos, los dos que le siguen y de los tres a los seis años.
La segunda estaría centrada entre los seis
y los doce años y a esta la llamamos la edad o etapa escolar.
La tercera y segunda en importancia es la
adolescencia que está enmarcada entre los doce y los dieciocho años.
A continuación aparece la etapa de la edad
adulta que está entre los dieciocho y los cuarenta años.
Después aparece la etapa o edad de la madurez
que va de los cuarenta a los sesenta años.
Y por último aparece la etapa o edad
dorada, que va desde los sesenta años hasta el momento de la muerte.
Estas son las que anuncian los grandes
psicólogos de la Tierra, pero para mí únicamente serían la infancia, hasta los
ocho años; la adolescencia, hasta los veinte años; la adulta, hasta los
cincuenta años; y la vejez, hasta la muerte.
En esta obra, me propongo mostrar con
sencillez, con mucha sabiduría, con lenguaje ameno y con anécdotas que ilustran
bien los temas, todo lo que se debe hacer y lo que no se puede hacer, para que
los humanos sean modelos de comportamiento, ciudadanos de bien y personas
útiles a la sociedad.
Estas experiencias fueron vividas a lo
largo de mi vida de maestro, por espacio de treinta y siete años, en donde
aprendí, no la Psicología clásica, sino la tradicional, que es la visión del
pueblo, concentrada en pequeñas dosis de saber.
La obra, será una buena herramienta, para
los padres de familia, para los maestros y para las personas que manejan
entidades con el cuidado de niños, porque enseña de una manera graciosa y
racional, el cuidado de los seres humanos, que tantas amarguras ha causado a
nuestra tierra.
Recuerden como punto final, que cuando los
niños llegan a las manos de los educadores, la personalidad tuvo que haber sido
forjada por sus padres o tutores y que en caso contrario, esas maneras de ser
de esos niños, pueden haber sido arruinadas para siempre.
Sopetrán, 19 de noviembre del 2012.
*
El primer año de vida
Darío Sevillano Álvarez
Primera
parte
Sin lugar a dudas,
el primer año de vida es el más importante, en las etapas del desarrollo
humano, porque influye en un 90 % de la formación de la personalidad del niño.
Son los padres de familia los responsables de su normal desarrollo; de allí la
importancia de haberse capacitado para llegar al matrimonio, con toda la
sabiduría del caso, para la formación de los hijos.
Todos los fracasos que se presentan en la
personalidad de los humanos son ocasionados por las falencias que sus padres
tuvieron en la formación del niño en ese primer año de vida.
Es muy importante comprender que el
niño recién nacido, viene de un ambiente
tranquilo, de absoluta contemplación espiritual, en el cual no hay ruidos ni
sonidos, ni fantasmas, ni nada que pueda perturbar, la tranquilidad del seno de
su madre.
Los familiares que hablan sin medida; la
alegría que expresan por su nacimiento; la luz eléctrica o la del sol, que él
no conoce; los sonidos y los ruidos de las máquinas y equipos electrónicos; la
manipulación de todo aquello que nunca ha visto con toda seguridad, lo ponen
nervioso y por esa razón, se siente solo, intranquilo y desconfiado y como a la
única persona que conoce, a través del largo contacto de nueve meses del
embarazo, es su madre, lo hacen aferrarse a ella y por eso es esquivo y no
quiere, que otras personas lo carguen.
Todas estas
razones, son que hacen que el niño, solo quiere a su madre y en ella pone toda
su confianza y por ese motivo llora cada que alguien diferente de ella lo
carga.
A continuación, un escrito, que no es de mi
autoría, pero que encontré en un periódico local, publicado con motivo de la
fiesta de las madres y puede ilustrar excelentemente el tema que estoy
tratando:
«A los tres años, mamá es buena; a los
cinco años, mamá lo sabe todo; a los diez años, mamá no sabe todas las cosas; a
los trece años, hay muchas cosas que mamá no sabe; a los quince años, mamá no
entiende nada; a los veinte años, que pesada te pones mamá; a los veinticinco
años, mamá es comprensiva; a los treinta años, pediré consejo a mamá; a los
cuarenta años, mamá es un ángel; a los cincuenta años, qué bueno sería si
todavía viviera mamá».
Lo que acabo de escribir, es lo que exige
que mamá, esté lo suficientemente capacitada, para ejercer su labor.
El niño a pesar de ser tan pequeño, tiene
la capacidad para saber si la mamá lo quiere o no; y aunque no habla, ni
escribe, su cerebro es una grabadora de muy alto poder, que está detectando y
grabando, todo lo que pasa a su alrededor.
Este paso es fundamental en la formación de
la personalidad y está imprimiendo carácter en la mentalidad futura del niño.
Es bueno decir que el niño nace con unos
instintos que le permiten conservar su vida y perpetuar la especie humana en la
tierra, pero estos instintos, lo dominan y lo gobiernan y por esta razón
algunos padres de familia dicen: «Este niño va a ser malcriado, rebelde y
fastidioso»; este concepto debe ser revisado cuidadosamente por los que piensan
así, porque es casi seguro, que no conocen estas normas del comportamiento
infantil.
Saber manejar al niño en este primer año,
es lo que decide si su hijo será un buen ciudadano o se perderá para siempre.
Esta anécdota podrá ilustrar mejor el tema
que estoy tratando:
En una casa del pueblo, la abuela era la
encargada de cuidar a los niños porque los dos padres trabajaban y el día que
nace el último hijo, la abuela entra en el cubículo en donde está su hija en
recuperación del parto y cuando ve al recién nacido, dice:
—Gas, qué pereza más muchachos.
Era un clamor justo, porque ella estaba
cansada de bregar a tres de sus hermanos y ahora le tocaba otro más; pero el
recién nacido le captó lo que dijo y nunca se dejó cargar de ella, porque
entraba en pánico y en coma de ira. Cuando la abuela estaba muriendo, le
contaron al joven que ya era un adolescente:
—Tu abuela está muriendo
y él respondió:
—Ojalá se muera esa vieja.
Los padres deben conocer muy bien los
instintos que el niño trae al nacer, para que les sirvan como son y cuando
aprenda a dominarlos
Este aspecto es muy importante, porque si
los padres conocen muy bien la manera de pensar de sus recién nacidos, los
pueden formar de la forma más perfecta; les pueden corregir cualquier problema
o defecto que se presente; les pueden enseñar aquellas cosas que no saben
hacer; y la personalidad de sus hijos se irá puliendo, a lo largo de la
formación de la vida en familia.
Cualquier desprevenido personaje, que no
sabe de la formación de la personalidad, ignora que si a los niños recién
nacidos no les satisfacemos y atendemos con gusto sus necesidades personales,
les estamos deslustrando y destruyendo su manera de ser, para toda la vida y
con esa actitud, estamos formando un monstruo, que será un estorbo para la
familia, para la sociedad y para sus congéneres.
Los grandes criminales de la tierra y esos
a quienes llamamos psicópatas fueron niños nacidos en familias que desconocían
estas normas y por esa razón, sus personalidades fueron arruinadas para
siempre.
Por lo que he explicado, el niño, que es
una grabadora de muy buena calidad, sabe si su madre lo cuida, si lo atiende, si
lo brega y si le da cariño y ternura, o las cosas que hace por él, las hace de
prisa y sin el cariño necesario, circunstancia que va puliendo al criminal del
futuro.
Cuando al niño no le brindamos estos
cuidados con el mayor de los gustos, su personalidad sale parecida al mal trato
que le estamos dando y él, a lo largo de toda su vida, estará haciendo todo a
regañadientes y sin ningún carisma.
Un axioma es algo que tiene que ser así,
gústenos o no nos guste.
Me parece muy importante que los padres de
familia conozcan de memoria este axioma:
«El
recién nacido sólo desea hacer su voluntad porque sus instintos lo dominan y lo
gobiernan».
Este párrafo debiera estar grabado con
tintes indelebles en los cerebros de todas aquellas personas que se deciden por
el matrimonio y por la crianza de sus hijos, porque sirve de base para que
ellos aprendan y para que tomen la decisión de formar a sus hijos con las
normas que toda sociedad exige, pero recuerden que esas normas se enseñan con
cariño y sin ningún asomo de fuerza o autoritarismo, porque el niño a pesar de
estar tan pequeño, también tiene su punto de vista:
«Soy autónomo y sé tomar mis propias
decisiones».
Cuando un padre de familia, llega al
colegio o a la escuela diciendo: «Este muchacho se me salió de las manos y me
quiere pegar», fue porque no supo dominar sus impulsos, con todo el cariño y con
la ternura de padre, pero con la seguridad de ser el formador de él, y estoy
seguro de que siempre lo dejó hacer lo que le viniera en gana, con absoluta
libertad para que tomara sus propias decisiones, en el primer año de vida.
Recordemos que esa libertad absoluta, es lo
que llamamos en la moral: libertinaje.
Produce mucha angustia, ver a un padre de
familia, repitiendo una orden para su hijo, diez y quince veces y el niño, con
su actitud, está mostrando que la cosa no es con él; recordemos los viejos
tiempos, cuando un padre de familia hablaba, temblaban hasta las piedras, esta
situación era muy exagerada, porque se veía a las claras que en ese hogar,
habían instalado una pequeña inquisición, pero recordemos que el refrán latino
dice: «In medio virtus est» que traduce: ‘En el medio está la virtud’, o el
sabio refrán castizo, cuando habla de la posición de la vela de los santos: «Ni
tanto que queme el santo, ni tampoco que no alumbre».
Este fenómeno, se debe al mismo problema,
porque sus padres, no supieron dar las órdenes adecuadas en el primer año de
vida del niño.
En ese primer año de vida, el niño debe
recibir instrucciones sobre la obediencia, dadas con cariño, con comprensión y con
dulzura, pero con mucha firmeza, para indicarle que hay un principio de
autoridad, que tendrá que respetar por toda su vida.
En esencia, lo que hay que decidir en ese
primer año de vida, es aquello del principio de autoridad, para que el recién
nacido entienda, que hay unas personas de las cuales recibimos órdenes, a las
que tenemos que respetar, cuando hablan.
No se me diga que para hacer esta labor
correctamente, hay que maltratar al infante, porque como está tan pequeño, con
una voz recia, con un palmotear de manos o una palmadita, que no deje huellas
en el cuerpo, el niño entiende y aprende a obedecer.
Hay una instrucción muy importante, acerca
de la formación sexual del niño, en su primer año de vida: Recuerden que lo
órganos genitales de los niños, también sienten pequeñas emociones y por esa
razón ellos se tocan esas partes. No es justo, que una madre o un padre
castiguen a esos niños, porque según ellos opinan: «Ese niño salió grosero».
Estos castigos solo producen frustraciones en el infante y cambios en el
comportamiento sexual, para la etapa de la adolescencia.
Es importante que esta labor esté acompañada
de una buena educación, sabias enseñanzas y lo más importante: De buenos
ejemplos de vida.
Porque tenemos que recordar algo de mucha
importancia: Cuando un padre de familia enseña a sus hijos que fumar es muy
nocivo para la salud, se supone que quien está dando la orientación, no fuma;
de lo contrario, los hijos estarían contestando: «¿Y al alcalde, quién lo
ronda? Porque si estas fumando, a ti también te puede destruir el organismo; y
asumen, que el consejo, no es tan verídico o que los quieren privar de algo,
que es muy útil y provechoso.
Cuando el niño chupa todos los objetos que
tiene en sus manos, no está haciendo algo malo, sino que se está poniendo en
comunicación con las cosas que lo rodean; esta es una necesidad sentida del
niño, que lo tranquiliza, le desarrolla la inteligencia, porque con los
sentidos del gusto y el tacto, está conociendo todo lo que cae en sus manos;
podríamos decir, que esa es su manera de comunicarse con todos.
Más adelante, cuando los primeros dientes
vayan a nacer, el niño chupará con mayor intensidad, este fenómeno se debe a
que las encías, rascan y duelen, porque las piezas dentales, están rompiendo la
carne para aparecer.
Es bueno comprarle al niño, para esta etapa
de su vida, el juguete especializado, que consiste en una especie de colombina
de plástico, que tiene unas pequeñas prominencias, que sirven para que el
infante se pueda rascar con toda la gana.
Sopetrán 10 de enero de 2013
*
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