Una visita inolvidable a Sopetrán
Luis Fernando Múnera López
Para los hombres citadinos los
pueblos y el campo tienen distinta connotación, dependiendo de que hayamos o no
nacido en ellos.
Para los nativos de un pueblo, éste se
convierte en objeto de su amor. ¿Por qué? El amor por el terruño
se debe a que en él están las personas, vivas o muertas, que dejaron huella en uno,
las vivencias, las alegrías, las ilusiones, las tristezas, los recuerdos, los
valores, la cultura, los paisajes, las imágenes, los aromas, los sonidos, las
texturas, las comidas, las canciones, las historias, las tradiciones, los
vientos, los aguaceros, el sol, la luna y las estrellas, todo aquello en medio
de lo cual uno nació y creció. «Yo soy yo y mis circunstancias». Y de allí
nace, crece y permanece ese amor. Mejor dicho, toda esta perorata se resume en
esta frase de la escritora y columnista Elbacé Restrepo: «Tal vez nuestro pueblo no
sea el más lindo, ni el más rico, ni el más interesante, pero
es el nuestro».
Para quienes nacimos en
la ciudad, un pueblo usualmente no genera este sentimiento. Para nosotros una visita
de esta clase tiene normalmente un carácter de paseo, por cultura o por
diversión, pero paseo al fin y al cabo.
Yo caigo en esta última
categoría. Sin embargo, visitar Sopetrán significa para mí llegar a la tierra
de varios de los antepasados de mi padre, Alfonso Múnera Gaviria. Veamos mi
tronco genealógico: De Sopetrán eran
mis tatarabuelos Alberto Gaviria Gallón y Anita Blair Gaviria; también su hijo,
mi bisabuelo Juvenal Gaviria Blair, casado con Dolores Martínez Villa; y la
hija de éstos, mi abuela Julia Gaviria Martínez de Múnera, casada con «un
negrito de Donmatías», Nacianceno Múnera Cadavid.
O sea, que así yo no tenga
las vivencias, los recuerdos ni los sentimientos de mis amigos y parientes
Gabriel Escobar Gaviria y Raúl Tamayo Gaviria, quienes nacieron y vivieron en
Sopetrán, allí tengo parte de mis raíces. Y por tanto este miércoles 23 de
enero de 2013 disfruté de una gratísima visita a Sopetrán en la compañía de
ellos dos y del señor Nélver Hernández. Tuve allí varias experiencias que paso
a narrar brevemente.
Tuve el honor y el placer
de conocer en ese pueblo al señor Darío Sevillano Álvarez, ilustre y notable
sopetranero, cronista, historiador, pintor, escultor, comunicador, educador y,
como si fuera poco, pastor espiritual laico. Darío fue guía y acompañante de
lujo en esta visita. Estuvimos en su casa donde se respira arte y cultura en
cada salón y en cada pared.
Fue delicioso escuchar a
Darío, a Gabriel y a Raúl contar infinidad de historias, hechos y personas que
han conocido a lo largo de sus vidas, bien vividas.
Me mostraron varias
casas, así:
Una casa, detrás de la
iglesia principal, donde vivía Carlota Gaviria cuando la conoció su futuro
esposo Gonzalo Escobar. Éste llegaba al pueblo como supernumerario de rentas y
fue a la fotografía local para sacarse una foto. Entre las fotografías que el
fotógrafo tenía exhibidas había una de su hija Carlota, por cuyo nombre el
forastero atinó a preguntarle al futuro suegro. Se prendó de la belleza de la
muchacha. Poco después la conoció y empezó una relación que acabó en feliz
matrimonio. Son ellos los padres de Gabriel y de cuatro hermanos de éste.
Posteriormente, esa misma
casa fue propiedad y hogar de Emilio Tamayo, padre de Raúl, y su familia. De
esta casa, Raúl salía al caer la tarde, cuando contaba apenas diez años, para
subir al potrero la bestia en que su padre acababa de llegar. El regreso, ya de
noche, lo llenaba de temor pues debía recorrer senderos y calles que a esa hora
se veían solos y oscuros.
En una esquina de la
plaza, diagonal a la iglesia, está la casa de Ricardo Gaviria, abuelo de Raúl.
Cerca de la plaza, en una
esquina, quedan sendas casas que fueron propiedad de los hermanos Tulia Gaviria
Blair, abuela de Raúl, y Clímaco Gaviria Blair. Estos dos personajes fueron
hermanos de mi bisabuelo Juvenal Gaviria Blair, ya citado. Por un descuido que
deberé subsanar otro día, no pregunté por la casa de éste, que seguramente
quedaría cerca de allí. Aquí queda claro el parentesco entre Raúl y yo.
Más abajo de estas
residencias está la casa que fue propiedad de Gustavo Gaviria Blair, hermano de
los ya mencionados. Allí vivían como inquilinos Gonzalo Escobar y Carlota
Gaviria y allí nació Gabriel.
De paso, el parentesco
que hay entre Gabriel, por un lado, y Raúl y yo por el otro, se debe a que
Vicente Gaviria Gallón, tatarabuelo de Gabriel, era hermano de Alberto Gaviria
Gallón, bisabuelo de Raúl y tatarabuelo mío. Como si fuera poco, Raúl y Gabriel
tienen lazos comunes de sangre a través de otros dos de sus ancestros, pero ya
no voy a complicar más esto. Pregúntenles a ellos.
Después de un delicioso y
abundante desayuno, a las once de la mañana salimos en el carro de Raúl, conducido
por Nélver Hernández, hacia el corregimiento Horizontes de Sopetrán. Éste se
encuentra a 35 kilómetros, unas dos horas, de la cabecera, a 2.150 m. s. n. m.
Se atraviesan las veredas Miranda, Alta Miranda, Santa Rita, Pomar, Isleta,
Santa Bárbara, Loma del Medio y Llano de los Pardos. La carretera marca un
ascenso franco y continuo, hacia las frías cumbres, con buena pendiente y buena
banca, en balasto. Los paisajes a ambos lados son sobrecogedores, pues a un
costado domina la imponente cordillera Central y al opuesto se divisan el cañón
del majestuoso río Cauca y varias de las poblaciones de la región.
Paramos a conocer un
cable que sirve de transporte de personas y productos agrícolas en la vereda.
Darío nos contó que el cable también presta servicios turísticos y que, cuando allí
reciben visitantes, al otro lado los lugareños los esperan con un delicioso
sancocho de gallina o de res.
A eso de la una de la tarde llegamos
a Horizontes. Visitamos la iglesia y conocimos al párroco, presbítero Jesús
María Giraldo G., quien casualmente estaba empacando pues al otro día saldría
para Segovia, España, para trabajar allí por varios años. Luego entramos a la
Institución Educativa Rural Horizontes, el colegio de bachillerato del
corregimiento, donde conocimos a varios de los profesores y alumnos. Darío les
ofreció traerles los programas de divulgación que él maneja para enseñarles más
acerca de la historia, la geografía y los valores culturales de Sopetrán,
oferta que aceptaron encantados.
Verónica, una de los profesoras
del colegio, nos facilitó un documento del cual tomo la siguiente descripción
de Horizontes:
«Horizontes es un corregimiento
del municipio de Sopetrán (Antioquia), ubicado en la vertiente occidental de la
cordillera Central de los Andes en la serranía de Palo grande. La parte urbana
la conforma una calle larga pavimentada enclavada en toda la Serranía
Palogrande, quedando ladera pronunciada a lado y lado de dicha zona. Esta
región fue conocida anteriormente con el nombre del Alto de la Chapa.
»Fundadores de Horizontes (antes La
Chapa) fueron: Cristóbal González, Vicente Echeverri, Francisco Olarte y Saulon
Marín. Donde está ubicado Horizontes sólo había cuatro viviendas, localizadas
en los terrenos donde hoy están las ruinas de la casa de propiedad del Señor
Justiniano Mesa, y las casas de Fabio Echeverri, Magdalena Mesa y el Puesto de
Salud.
»Tuvo los primeros asentamientos
de colonos a partir de 1760 caracterizándose la zona como despensa agrícola de
la región minera del Norte de Antioquia. En 1864 la Chapa, hoy Horizontes,
contaba con una población de 342 habitantes en su mayoría agricultores, sin
embargo, el mayor asentamiento de población se dio a partir de 1900 con el
cultivo masivo del café. En la actualidad la base económica del Corregimiento está
representada por la agricultura y la ganadería, las cuales están amenazadas por
la escasez de agua que ha surgido como consecuencia de las practica inadecuadas
del manejo de los recursos naturales por los habitantes de la región las que
han generado una gran destrucción vegetal y sequía en los nacimientos de agua».
Al regreso, muy cerca de
Horizontes, paramos para visitar la casa donde nació y vivió José María Villa,
el ingeniero que construyó varios puentes colgantes sobre el río Cauca, entre
ellos el Puente de Occidente. Es ésta una casa con más de 150 años de
antigüedad. Se encuentra en pie, aunque en mal estado. Allí vive actualmente
una familia conformada por una señora y sus dos hijos. La vista que allí se
tiene sobre el cañón del Cauca es espectacular.
Se destaca que desde el corredor
de la casa se ve, abajo sobre el río, el mencionado Puente de Occidente. Esto
permite imaginar muchas cosas, algunas de las cuales las recoge la tradición
oral. Veamos.
Frente a la casa cruza el
antiquísimo camino real que venía desde la meseta de San Pedro de los Milagros,
con conexiones con el valle de Aburrá, y se dirigía hacia Sopetrán y los vados
sobre el río Cauca, para continuar hacia Santa Fe de Antioquia. Algunos habrían
soñado con un puente que cruzara el río y facilitara ese viaje, para el
tránsito de viajeros, mercancías y ganados. Cuando José María Villa regresó a
Colombia, después de graduarse como ingeniero en Nueva Jersey y de trabajar en
la construcción del puente de Brooklyn en Nueva York, se dedicó a estudiar
proyectos que mejoraran las comunicaciones viales en Antioquia. Trabajó con la
idea de establecer la navegación fluvial en el río Cauca, abrir y mejorar
caminos, construir puentes y demás.
Finalmente, mediante contrato con
el Estado de Antioquia, se dedicó a los puentes colgantes. Pues bien, como una
de las obras más importantes sería este Puente de Occidente, es fácil
imaginarse al ingeniero Villa, sentado en ese corredor de su casa, mirando
hacia el río, tocando violín y diseñando mentalmente esa importante obra.
Al final de la tarde regresamos a
Sopetrán. Permanecimos un rato conversando con algunas personas que se
acercaron. Darío nos contó varias de sus experiencias como seminarista y luego
como líder espiritual de la iglesia cristiana ortodoxa.
A nuestro regreso a Medellín pude
contar en casa que venía con las energías espirituales recargadas después de
esta maravillosa visita a Sopetrán.
23 de enero de 2013
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