La antigua Ceiba de la plaza de Sopetrán, está
diciendo adiós
Darío Sevillano
Álvarez
La ceiba que nos
ha acompañado por espacio de sesenta años, regalándonos su protección contra
los rayos solares y decorando nuestra plaza de Bolívar, está diciendo adiós. Todo porque los que contrataron la
construcción de la selva de cemento y los contratistas que ejecutaron las obras
no tenían el más mínimo conocimiento de
lo que son la ecología y las normas de la biología.
Recordemos que
estos árboles que llamamos termorreguladores, como los cedros, las ceibas, los
piñones, los chachafrutos y otros, tienen un volumen de raíces del mismo tamaño
que sus copas, para poder mantenerse en pie, dada la razón de que son cuerpos
muy pesados y por esta circunstancia, los redondeles o ponqués que limitan el
entorno de sus raíces, deben ser de igual diámetro al de sus copas, para que la
lluvia y el aneguío natural que les hacemos, pueden llegar a toda la estructura
que sostiene el árbol.
Si este árbol
llegara a secarse, como es un termorregulador, los grados de calor de la plaza,
se elevarían automáticamente en dos o tres grados Celsius, que sumados a los 32
ºC que ya manejamos, serían un peligro para la salud de los humanos, cosa en
que no se fijan los que nos gobiernan.
Cuando pintamos
la Rebeca de color terracota, para
indicar que estaba esculpida en barro, su majestad el público elevó una
protesta tan formidable, que nos vimos obligados a cambiar su color, por un
tono bronce; pero por el secamiento de la parte alta de la Ceiba, no he visto
la primera protesta.
Hablemos también
de los redondeles que les dejaron a los, frutales que sembraron tan
apeñuscados, como si fuera para hacer una berrera protectora contra los vientos
fuertes; da risa ver los pocos
conocimientos de los que los sembraron, porque esos árboles desaparecerán tan
pronto empiecen a expandirse sus raíces, por falta del precioso líquido.
Pero si miramos la famosa pérgola, el esperpento más feo que se haya visto
en los últimos cincuenta años, nos acabamos de convencer, que nuestra plaza fue
hecha sin ninguna técnica, tal vez buscando otros beneficios de distinta
índole.
En esencia, si
queremos salvar nuestro patrimonio ecológico de la plaza, hay que ejecutar, en
un corto plazo porque, de lo contrario, en seis meses nos estaremos lamentando
por lo que no hicimos: la restauración del redondel de la ceiba, que debe ser
de unos siete u ocho metros de diámetro. Hay que revisar los redondeles de los
frutales que están levantando y hay que tumbar la famosa pérgola, porque se ve
fea, porque las leyes no permiten ese tipo de construcciones, debajo de los
termorreguladores y porque esa es la enemiga más peligrosa de la ceiba.
Si miramos el
redondel de nuestra ceiba, hasta las personas que no saben mucho de biología,
se dan cuenta de que es muy pequeño.
Les muestro la ceiba que adorna el parque de la
ciudad de Gigante, en donde nació el ilustre ministro que fue abatido por las
fuerzas del mal de nuestro país, el doctor Rodrigo Lara Bonilla, en el departamento del Huila, para que
tengan un ejemplo de las normas que se deben cumplir, cuando de árboles tan
gigantescos se trata.
Sopetrán, 15 de marzo
del 2016.
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