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miércoles, 16 de marzo de 2016

La ceiba de nuestra plaza

La antigua Ceiba de la plaza de Sopetrán, está diciendo adiós
Darío Sevillano Álvarez

La ceiba que nos ha acompañado por espacio de sesenta años, regalándonos su protección contra los rayos solares y decorando nuestra plaza de Bolívar, está diciendo adiós. Todo porque los que contrataron la construcción de la selva de cemento y los contratistas que ejecutaron las obras no tenían el más mínimo conocimiento de lo que son la ecología y las normas de la biología.



Recordemos que estos árboles que llamamos termorreguladores, como los cedros, las ceibas, los piñones, los chachafrutos y otros, tienen un volumen de raíces del mismo tamaño que sus copas, para poder mantenerse en pie, dada la razón de que son cuerpos muy pesados y por esta circunstancia, los redondeles o ponqués que limitan el entorno de sus raíces, deben ser de igual diámetro al de sus copas, para que la lluvia y el aneguío natural que les hacemos, pueden llegar a toda la estructura que sostiene el árbol.

Si este árbol llegara a secarse, como es un termorregulador, los grados de calor de la plaza, se elevarían automáticamente en dos o tres grados Celsius, que sumados a los 32 ºC que ya manejamos, serían un peligro para la salud de los humanos, cosa en que no se fijan los que nos gobiernan.

Cuando pintamos la Rebeca de color terracota, para indicar que estaba esculpida en barro, su majestad el público elevó una protesta tan formidable, que nos vimos obligados a cambiar su color, por un tono bronce; pero por el secamiento de la parte alta de la Ceiba, no he visto la primera protesta.



Hablemos también de los redondeles que les dejaron a los, frutales que sembraron tan apeñuscados, como si fuera para hacer una berrera protectora contra los vientos fuertes; da risa ver los pocos conocimientos de los que los sembraron, porque esos árboles desaparecerán tan pronto empiecen a expandirse sus raíces, por falta del precioso líquido.

Pero si miramos la famosa pérgola, el esperpento más feo que se haya visto en los últimos cincuenta años, nos acabamos de convencer, que nuestra plaza fue hecha sin ninguna técnica, tal vez buscando otros beneficios de distinta índole.



En esencia, si queremos salvar nuestro patrimonio ecológico de la plaza, hay que ejecutar, en un corto plazo porque, de lo contrario, en seis meses nos estaremos lamentando por lo que no hicimos: la restauración del redondel de la ceiba, que debe ser de unos siete u ocho metros de diámetro. Hay que revisar los redondeles de los frutales que están levantando y hay que tumbar la famosa pérgola, porque se ve fea, porque las leyes no permiten ese tipo de construcciones, debajo de los termorreguladores y porque esa es la enemiga más peligrosa de la ceiba.



Si miramos el redondel de nuestra ceiba, hasta las personas que no saben mucho de biología, se dan cuenta de que es muy pequeño.



Les muestro la ceiba que adorna el parque de la ciudad de Gigante, en donde nació el ilustre ministro que fue abatido por las fuerzas del mal de nuestro país, el doctor Rodrigo Lara Bonilla, en el departamento del Huila, para que tengan un ejemplo de las normas que se deben cumplir, cuando de árboles tan gigantescos se trata.




Sopetrán, 15 de marzo del 2016.


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