El segundo y el
tercer años de vida
Darío Sevillano
Álvarez
En esta etapa el
niño comienza su desarrollo psicológico; aprende a tomar decisiones por sí
mismo y, cosa importantísima, empieza a reunirse con la sociedad en que vive.
Pero lo más
importante de esta etapa radica en que el niño aprenderá a ser obediente. Recuerden
si no es aquí, nunca lo será. De la obediencia que le enseñemos en este momento
de su vida, dependerá todo lo que el infante va a hacer con su personalidad
obediente.
Es aquí cuando el
padre de familia y, sobre todo la madre, van a imponer su principio de
autoridad, para siempre y de esta circunstancia depende que algunos padres, muy
acongojados digan:
—No puedo con
éste muchacho. Esta porquería se me salió de las manos.
Uno de los
grandes problemas de los docentes, radica en que cuando el niño llega a la
escuela, no sabe ser obediente y esa personalidad, ya no tiene remedio, por
aquello de que:
“Árbol que nace
torcido, nunca su rama endereza”.
Pero la gran
amargura no es precisamente que no obedezca, sino que como el maestro lo tiene
que someter a unas normas de comportamiento, por aquello del reglamento interno
del plantel, el niño prefiere retirarse, que obedecer.
Un alto
porcentaje de la deserción escolar, tan nociva en los planteles educativos, es
causada por ese mal comportamiento de los padres al no haber enseñado a su niño
el factor obediencia.
Pero la gran
maravilla de esta etapa, está centrada en que el niño aprende a ser aseado: no
orinarse en la ropa; no defecar en los pantalones; mantener organizado el
rincón de sus juguetes, etc.
Este aprendizaje,
le cuesta mucha dificultad al niño, pero hay que enseñárselo con cariño y con firmeza,
recuerden que de estas enseñanzas, dependerá el resto de su vida.
Para lograr
nuestro cometido, nos podemos valer de pequeños trucos, como estos:
—Mi amor, si me
cuantas cuándo vas a hacer pipí, te regalo un confite.
—Bebé, si me
dices cuando quieres hacer popó, te doy una galleta.
—Si ordenas el
rincón de tus juguetes, te puedo regalar uno nuevo.
No cometamos el
error de castigar al niño, porque se orina o se ensucia en la ropa; estos
castigos, le generarían problemas de impotencia y frigidez, en su vida adulta.
No se crea, que
para educar al infante en estos aspectos hay que castigarlo con correazos,
gritos, maltratos y otros castigos de dolor o infamantes, porque no es
necesario. Solo hay que elevar un poco la voz o ejecutar una acción ligeramente
brusca, como tomarlo del brazo y sacudirlo, para que entienda que le estamos
dando una orden.
Recordemos que
los castigos de dolor y los infamantes, es decir, aquellos que ofenden al
infante, como las palabras vulgares, son muy peligrosos, porque generan odios
que el niño puede conservar a lo largo de su vida, en contra de sus genitores y
esa será una barrera eterna para lograr la comunicación amable entre los
miembros de la familia.
Conozco el caso
de un joven, que ya es adulto, que cuando tenía 13 años, su padre le dijo:
—Tú eres una
porcelana muy estorbosa —refiriéndose a que era muy bonito, pero que no
aportaba dinero para su crianza, en la actualidad el joven no vive con su
familia y su madre sufre mucho por eso.
Tenemos que estar
evaluando permanentemente estas acciones, para saber si el niño, las está
aprendiendo, las está poniendo en práctica y, sobre todo, cómo las está
recibiendo para montar las acciones que continúan en la formación de su
personalidad.
Es éste el
momento, para que le enseñemos al niño a ser independiente, es decir, que
aprenda a tomar decisiones por su propia cuanta y que su madre no tenga que
estar tan pendiente de él.
Esto, lo vamos a
lograr con unos truquitos, que no son difíciles y que la personalidad de
nuestro protagonista los va a asimilar muy bien:
Dejémosle que se
desplace libremente por toda la casa, sin darle ninguna orientación.
Si tiene que
subir o bajar unas escalas, no le ayudemos, pero estemos atentos para que no
vaya a tropezar ni a caerse, pues cualquier percance que se le presente, irá en
contra de su formación, porque el miedo de que le vuelva a pasar, no lo dejará
actuar con tranquilidad.
Si el niño, está
analizando algo, para conocerlo, esto es pura filosofía, no se lo impidamos,
porque hace parte de su aprendizaje.
Si el niño quiere
estar en un lugar determinado de la
casa, dejémosle y analicemos, que es lo que le agrada de ese lugar; también
nosotros necesitamos aprender, cuales son los gustos del infante.
En esencia, es
bueno dejar que el niño, en esta etapa, aprenda a hacer, por su cuenta, las
cosas que hacía, con la ayuda de su madre. Este aprendizaje le permitirá, ser
independiente y tener una personalidad estructurada.
Como conclusión,
debemos decir: Es necesario, en esta etapa, obligar al niño a que tome sus
propias decisiones, al igual que la familia lo hace y hacer que las tome de
acuerdo con las reglas que le hemos enseñado.
Ha llegado el
momento de presentar a nuestro protagonista a los demás niños de la familia y
de la cuadra y es necesario tener mucha sabiduría para logar este encuentro. Es
preciso recordar que el niño había nacido egocéntrico y aquí va a tener que
dejar esa costumbre y aprenderá a ser sociable.
Posiblemente unos
niños, resultarán muy tímidos; a esos tendremos que orientarlos para que se
incorporen con los demás; otros serán extrovertidos, es decir, muy bullangueros
y festivos; a esos tendremos que saber corregirlos, con acciones agradables,
para que los demás no se sientan eclipsados por ellos; posiblemente algunos
serán imperiosos, es decir, quieren mandar a los demás; a esos tendremos que
ordenarles con cariño y con precisión, que esa no es la norma para vivir con
los demás; estos últimos, posiblemente serán buenos líderes.
Fíjense cómo todo
se puede lograr sin aplicar las normas de la vieja guardia, cuando todo se
hacía a base de rejo o como decía el refrán:
«La letra con sangre entra».
Es de anotar, y
siempre lo entendí así, que esos niños que intentan manipular a todos los otros
con quienes juegan, posiblemente serán unos grandes líderes, unos buenos
empresarios y hasta se pudiera decir que unos buenos políticos o gobernantes.
Si el niño no
comparte sus juguetes y los quiere todos para él, debemos enseñarle a
compartir; pero en éste caso, no necesitamos la fuerza, sino el convencimiento
oportuno y sabio:
—Préstale tu
juguete a tu amiguito; él no te lo va a dañar; como se ven de bonitos jugando
juntos, etc.
A medida que
progresamos con la formación de la personalidad del niño, se nos presentan
nuevos retos en los que será necesario aprender, los trucos correspondientes
para llegar a estructurar, esa manera de ser de nuestro pequeño infante.
El paso que
sigue, es empezar a contrariarlo, para enseñarle, que hay cosas que se pueden
hacer y cosas que no se deben realizar, porque tiene que aprender las reglas
del comportamiento humano, como ser sociable.
Recordemos
aquello de que el niño sigue siendo egocéntrico y para sacarlo de ese estado,
hay que contrariarlo, porque si los padres son condescendientes, con todo lo
que el infante quiere, se les sale de las manos, para toda la vida.
Las técnicas para
lograr este objetivo son las siguientes:
Si el niño está
jugando con unos amiguitos y llega la hora del almuerzo, hay que parar el juego
para ir a almorzar y después de dar la orden, no se puede dilatar el tiempo ni
cambiarla; si esto ocurre, el niño no aprenderá a obedecer oportunamente.
Recuerden que hay
padres llenos de amarguras por esta razón, porque a veces hablan con sus hijos
y ellos ni siquiera se dan cuenta, que lo están haciendo.
Aquí es bueno
anotar que una orden se da una sola vez, y si no es cumplida, hay que proceder
a hacerla cumplir, pase lo que pase;
porque si el formador del niño se aguanta sus desplantes, con una vez que lo
haga, estará más perdido que embolatado. Ese niño se va a mandar solo, como
decimos en el argot popular.
Pero continuemos
con las técnicas que estamos aprendiendo: Algunos permisos que nos piden, se
pueden dar, sin que el niño se perjudique, pero es muy importante, negarlos, de
primera mano, para observar las reacciones del infante; si vemos que acepta con
tranquilidad la negativa, podemos decirle:
—Como eres tan
obediente, te voy a conceder el permiso que estás pidiendo.
Con esta acción,
salen fortalecidos los dos bandos, porque el niño fue probado en su obediencia
y el padre conserva el principio de autoridad, tan desmejorado en nuestros
tiempos.
Una buena
estrategia, podría ser ordenar al niño,
que haga algo: descansar un rato; sentarse a ver un libro de dibujos
agradables; no hacer tanto ruido con sus juguetes; hacer un pequeño trabajo;
sentarse a ordenar sus juguetes; etc. Con esto estamos creando en el niño, el
habito de manejar los horarios, tal vez, por aquello que enseñara San Pablo: «Tempus
tacenci et tempus loquendi». Que traducido al Español, es aquella retahíla: Hay
tiempo para comer, tiempo para dormir, tiempo para estudiar, tiempo para
descansar, etc.
Es importante que
los formadores de las personalidades tengan en cuenta que a los niños les hace
falta contrariarlos, para fijar en su mente, que hay quien ordena y quien
cumpla y que las órdenes del que lo forma son de obligatorio cumplimiento.
Insisto en que es
malo, desagradable y muy peligroso dar estas órdenes, acompañadas del castigo
de dolor o el infamante, porque el niño, no estará aprendiendo a obedecer, sino
cuidándose del rejo y las palabras que le decimos. Esto equivale a decir que la
formación del niño se estará destruyendo peligrosamente y podríamos aplicar aquella
norma:
«No tengas miedo a
desobedecer; cuídate del castigo de tu padre».
Pero hay un
factor muy peligroso, cuando las órdenes se dan a base de castigo; el niño se
está degenerando tanto, que dice:
—Voy a
desobedecer, qué importa que me den una pela.
El paso
siguiente, será enseñar a nuestro pequeño protagonista, las costumbres y
creencias de la familia, del barrio, del pueblo, de la nación, etc.
Esto se puede
lograr de muchas maneras: La principal sería, llevar al niño a los eventos para
que aprenda haciendo.
Si hay un
cumpleaños, nuestro hombre estará presente y le enseñaremos, que se acostumbra
dar un regalo; si es un desfile, asistiendo a él, aprenderá el porqué de esa
celebración con una pequeña historieta que le vamos a contar mientras trascurre
el evento; si es la Navidad, el niño, que está con todos los miembros de su
familia, aprenderá a celebrarla, cuando sea un adulto; si es un entierro,
estará aprendiendo que a todos nos toca morir y que esta no es una de las
mejores fiestas que celebramos; si nos acostamos o levantamos, debemos
enseñarle a orar, cada uno en su credo, con el fin de estructurarle sus
creencias religiosas; si es un paseo familiar, estará aprendiendo, que a veces
el descanso, es muy importante.
No me identifico
mucho, con aquello de meter al niño en un credo religioso, cuando él no es
capaz de elegir; me gustaría, pero es un criterio personal, que los humanos,
cuando son mayores, decidan cuál va a ser su orientación religiosa.
Es bueno
advertir, que si los padres, no alcanzan a llevar a su niño a todos los
eventos, por falta de tiempo o por falta de dinero, deben enseñar estas normas
en las reuniones familiares, que a diario se hacen, en casi todos los hogares,
con unas historias que sean bien agradables.
Sopetrán, Mayo 12
del 2013.
*
Nota del editor:
Bien hizo mi amigo el Camello advertir que el penúltimo
párrafo es su pensamiento personal, pues no es el del editor. Si Darío analiza
este penúltimo párrafo, se podrá dar cuenta que tira por tierra todas sus
enseñanzas de los párrafos restantes. ¿Para qué enseñar buenos modales?, que
elija cuando sea grande. ¿Para qué enseñar a obedecer?, que elija cuando sea
grande y así todo lo demás.
Dice Salomón en el libro de los Probervios 22, 6: «Institue
adulescentem iuxta viam suam; etiam cum senuerit, non recedet ab ea». ‘Instruye
al adolescente en su camino, que aún de viejo no se apartará de él’. Palabra de
Dios, te alabamos, Señor.
Y hay un aforismo que dice: «Si los padres no enseñan
al niño dónde está Dios, los amigos se encargarán de enseñarle dónde no está».
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