Reportaje histórico con
Magnolia Hoyos Fresneda
Magnolia Hoyos Fresneda
Darío Sevillano Álvarez
Magnolia Hoyos Fresneda fue una ilustre escritora
costumbrista sopetranera, de grandes valores literarios, que supo dar a sus
escritos, basados en acontecimientos muy simples de la vida diaria, un toque de
ironía; una perspicacia psicológica muy notable; una jovialidad impresionante; y
una frescura en la expresión literaria que los mantiene eternamente lúcidos,
para cualquier tipo de lectores.
Magnolia Hoyos Fresneda autografiando uno de sus libros.
Magnolia Hoyos Fresneda autografiando uno de sus libros.
Esta importante sopetranera, sabe hacernos reír de una
especial manera, con una risa que tonifica el espíritu, sin producir cansancio
ni fatiga, que brota en forma espontánea e inevitable, desde las profundidades
del alma de sus lectores, porque los mantiene en suspenso durante todas sus
narrativas y sin muchos esfuerzos literarios, conserva el fondo tragicómico de
la vida.
Tal vez, para mí, la obra más famosa de esta autora, es Cielo azul, en donde Magnolia se muestra
en todo su apogeo, con un estilo propio de fotografías literarias, en donde
hace un verdadero derroche del idioma, en las que utiliza palabras que casi
ningún hispanohablante conoce, con unos paisajes de tierra cálida, como es
Sopetrán, y los convierte en obras, con dimensiones extraordinarias, que le
llegaron a las fibras más sensibles del alma, al gran escritor antioqueño
Manuel Mejía Vallejo, que de inmediato pidió
que las recogieran, con el fin de llevarlas a la Biblioteca Pública
Piloto de Medellín, para hacer una publicación especial con ellas.
De esta obra, hizo una buena presentación el doctor Jorge
Alberto Naranjo M. en el mes de junio de 1995.
Uno de mis más grandes recuerdos de la infancia es la
asiduidad con que mi tío Gerardo Sevillano Mejía la visitaba, porque Magnolia,
desde muy joven se destacaba como buena narradora costumbrista.
También es bueno decir que su familia era una de las más
destacadas del pueblito y eran muy colaboradores con la gestión religiosa.
Los vínculos que tengo con esta famosa escritora, son bastante
suficientes, porque en la década del cuarenta del siglo pasado ellos tenían un
almacén en el lugar en que hoy funciona J. J. Licores y como yo era el paje de
mi madre, todos los días tenía que ir al almacén de Magnolia, por lo menos ocho
o diez veces, para comprar los adornos, botones, franjas, letines, cintas y
demás artículos que ella necesitaba, para trabajar los vestidos de las grades
señoras de la sociedad sopetranera y Magnolia, que admiraba mi sagacidad y mi
manera de comportarme, me regalaba dulces y frutas, pues al parecer, la
sorprendía mi habilidad, para hacer este tipo de compras, con una corta edad de
cuatro o cinco años.
Magnolia, cuéntame cómo llegaron tus padres a la ciudad de Sopetrán
Darío, mi padre, Daniel Hoyos, era un buen visionario del
comercio, por esta razón llegó a Sopetrán, para montar un almacén, en donde se
vendía ropa para hombres, mujeres y niños; todo tipo de adornos, para los
sastres y las modistas; juguetería y todas las cosas propias de una
cacharrería.
Cuéntales a los sopetraneros cómo era tu casa al frente de la actual Casa
de la Cultura.
Darío, tengo preciosos recuerdos de ese pequeño paraíso,
que era un rancho de iraca, con paredes de bahareque y pisos de ladrillo cocido
en horno, en donde teníamos todo tipo de matas de jardín, porque sus patios
eran inmensos y en el solar manejábamos cultivos de plátano, yuca, árbol del
pan, palmas de coco y árboles frutales de naranja, guanábana, cacao y un árbol de tamarindo; también
teníamos gallinas y otras aves de corral, porque hay que recordar: Que en cada
hogar se producían los huevos que la familia consumía.
¿Cómo eran las costumbres de aquella época, para manejar a los jóvenes en las edades escolar y adolescencia?
Qué régimen tan espantoso…. Muy parecido a la
inquisición. No podíamos salir a la calle, sobre todo las mujeres, porque nos
robaban los chupachupas. Si teníamos un novio, era un verdadero viacrucis,
conversar con ellos, porque uno de nuestros padres, debía presidir las
audiencias y saber, con pelos y señales, todo lo que se conversaba. Imagínate,
que para movilizarnos de la casa al almacén, mi mamá, nos vigilaba hasta cuando
llegábamos a la esquina de la plaza y en ese momento, mi papá, estaba parado en
la puerta del almacén hasta nuestra llegada.
A propósito de este régimen, ¿qué fue lo que te encontraste en una de esas
salidas y que te sirvió de devocionario?
Jua, Jua, Jua, Darío, antes de contestarte, debo hacer
una aclaración muy importante: A mi Hermana y a mí, nos gustaban las oraciones
que fueran en rima, como los gozos de las novenas y los trisagios y nos
complacíamos mucho, cuando recitábamos esos versos, ante las imágenes del
templo y antes de entrar en materia con la respuesta, te voy a dar unos
ejemplos de lo que nos gustaba rezar: Santísima Trinidad, socorre esta
necesidad; San Roque bienaventurado, líbranos de la muerte y del pecado; San
Antonio, defiéndenos del demonio; Santa Bárbara bendita, que en el cielo, estas
escrita; y así uno a uno los miembros de nuestro santoral, gozaban de un
estribillo para dirigirnos a ellos.
Pero por una de
esas casualidades de la vida, como estaban celebrando los diez años de la
muerte de Carlos Gardel, cantante al que nunca conocimos y no habíamos oído
hablar de él, nos encontramos un cancionero con las letras de los tangos que él
cantaba; nosotras creímos que esas eran oraciones y que el cancionero era un
devocionario religioso y fue así, como mi hermana y yo, le buscamos a cada uno
de los santos a los que más les rezábamos, una letra que se acoplara con la
imagen a la que íbamos a rezar, aprendimos los versos de memoria y mira las
bellezas que hicimos:
Cuando llegábamos a la Iglesia, después de la genuflexión
para saludar al Santísimo Sacramento, nos dirigíamos al cristo crucificado y le
rezábamos así.
Sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando,
Su boca que era mía, ya no me besa más;
Se apagaron los ecos de su reír sonoro,
Y es cruel este silencio, que hace tanto mal.
Después de santiguarnos y hacer una reverente
genuflexión, pasábamos donde el señor caído, ante cuya mirada suplicante y
húmeda, juzgábamos conveniente decirle:
Yo arrastré por este mundo,
La vergüenza de haber sido
Y el dolor de ya no ser;
Bajo el ala del sombrero,
Cuantas veces esbozada,
Una lágrima asomada,
Ya no pude contener.
Nueva reverencia, besada del dedo pulgar, nueva bendición
y el turno era para Virgen, a la que le decíamos:
Tomo y obligo mándese un trago,
De las mujeres, mejor no hay que hablar,
Todas, amigos, dan muy mal pago,
Te imaginas, Darío, la cantidad de veces que lo hicimos,
hasta cuando alguno que nos oyó rezando, puso los gritos en el cielo y obligó a
nuestros padres a que nos corrigieran esas bestialidades de oraciones que
hacíamos.
Pero te lo juro que a nosotras, nos funcionaban y los
santos nos concedían lo que les pedíamos, y nunca más, volvimos a rezar con
tanto entusiasmo.
¿A qué se debe esa preparación literaria tan sofisticada, que manejas en
tus escritos?
Darío, mi padre tenía una buena biblioteca en la casa,
pero todos los libros que él manejaba eran para personas adultas y bien
formadas, porque en ella se encontraban obras de mucho respeto como los libros
que la Iglesia Católica tenía en el Índice, y lógico que una niña como yo, sin
la presencia de un adulto, como dicen ahora en los programas de televisión, no
podía tener acceso a ellos.
Sin embargo, era tanta mi avidez por sorber, los escritos
de los grandes literatos, que tuve que hacer muchas artimañas, para extraer
algunos libros, al escondido de mis padres y leerlos en lugares poco
satisfactorios, para que nadie me viera leyéndolos.
Cuentan tus biógrafos, muchas cosas hermosas de esas leídas de libros al
escondido. Contemosles a nuestros lectores algunas de ellas.
Algunas veces, me tuve que meter debajo de la cobija y
con una linterna me alumbraba. ¿Te imaginas el cansancio que se siente en estas
posiciones, para leer una obra de muchas páginas?
Otras veces me tenía que esconder en el baño, o irme para
el solar y en la sombra del tamarindo los leía, pero siempre me descubrían.
Alguna vez pasó lo peor, porque me llevé para el colegio,
una obra de Mejía Vallejo, que se llamaba La
tierra éramos nosotros y lo camuflé con uno de mis libros, pero cuando me
lo estaba absorbiendo, una mano como salida de la nada, aparece por la parte
trasera de mi cuello y me lo arrebata. Era nada más, ni nada menos que una de
las religiosas, la cual me lleva ante la madre superiora y entre las del
Consejo Directivo, acuerdan aislarme de las demás alumnas, porque era una niña
peligrosa y lógico, se quedaron con ese tesoro de obra; pero Nuestro Señor como
que estaba de mi parte, porque en esos días, mi padre, que era un hombre muy
influyente, consiguió un buen auxilio para el colegio y las monjas, para no
entorpecer la entrega de la donación, me devolvieron el libro y me advirtieron
los peligros, que una adolescente como yo, podría correr, leyendo semejantes
disparates.
Recuérdanos a vuelo de pájaro, los autores que te leíste en semejantes
apuros.
Alcancé a leerme casi todas la obras de Dostoievski: Humillados y ofendidos, Noches blancas,
Pobres gentes y Crimen y castigo.
Pero en el Quijote
de la macha, le aprendí a Cervantes,
cómo se hace una buena fotografía literaria, basta con recordar la entrada
solemne del Quijote y su noble escudero, al paraje llamado Toboso de donde era
oriunda Dulcinea, la adorable novia de nuestro personaje. Acuérdate de los
detalles, que narran con pelos y señales, todas aquellos cosas que estaban
pasando, mientras los dos caballeros del amor, entraban al soñado lugar en
donde estaban las esperanzas amorosas, de este personaje, que ha sido modelo de
comportamiento para toda la humanidad.
Pero tampoco descuidé la lectura de los siete grandes
sabios Atenienses: Creóbulo de Lindos,
Solón de Atenas, Quilón de Esparta, Bías de Priene, Tales de Mileto,
Pitaco de Mitilene y Periandro de Corinto, porque en esos personajes
aparecieron las primeras manifestaciones de la literatura mundial.
En esencia, los libros que mi padre había comprado para
ser un hombre culto, me sirvieron más a mí, que a él.
Todos los escritores sopetraneros, mentamos muy de paso a la Talega, pero
tú, fuiste mucho más allá, porque la describiste tal como ella era, en tu libro
Cuentos y más cuentos y le dedicaste
un capítulo completo, a la vida pasión y milagros de tan destacado personaje característico.
Contémosle a nuestro público Por qué le pusieron el nombre de Talega.
Un día tranquilo, de esos que muchas veces teníamos en el
Sopetrán de ayer, se formó un alboroto en la plaza y todos comentaban que a un
campesino, se le había aparecido el demonio, encarnado en una mujer desnuda,
que no hablaba, pero que producía unas guturaciones, que parecían de
ultratumba,
Los primeros en ser informados, fueron el señor cura y el
burgomaestre, que sin dudar un instante, le pidieron al humilde hombre, los
condujera al lugar en donde estaba ese espanto que vociferaba, como alma
llevada del demonio.
Cuando llegaron al lugar, en donde había una hermosa ceiba,
un ejemplar de las familias de árboles termorreguladores que existen en las
playas del Cauca, se encontraron con una mujer desnuda que no balbuceaba
palabras y después de muchas mañas, lograron convencerla, para que se dejará
poner un talego de los que las personas que dirigían el orfanato les ponían a
sus alumnas para dormir. De este talego, salió el nombre de Talega.
¿Qué hizo esta ilustre comisión, con la Talega, cuando la trajeron al
pueblo?
Como el sacerdote era el síndico y principal benefactor
del orfanato, le pareció muy oportuno llevarla a ese hogar de niñas sin padres,
pero la tranquilidad de aquella casa desapareció, como por obra de magia,
porque la Talega, no cumplía el reglamento, sapoteaba todas las ollas y se
comía lo que le venía en gana, entraba a las celdas de las religiosas y se
ponía la ropa interior de ellas y con esa ropa se paseaba por todos los
lugares, a cada descuido de la persona que cuidaba la portería, se fugaba del orfanato
y casi a diario, había que recogerla, deambulando por las calles.
Las religiosas se le quejaron al señor cura, y el bendito
sacerdote, ni les prestó importancia, pero como todas estaban cansadas con
semejante problema, cada quien pensaba en las posibles soluciones; hasta que
una religiosa encontró la fórmula mágica: Una mañana, cuando las internas
hacían fila para bañarse, la religiosa las cuidaba y cuando vio al demonio, que
dormía serenamente en una banqueta, buscó un balde y lo lleno con agua y la
bañó; pero como a nuestra ilustre visitante, no le gustaba el agua, armó un
zafarrancho, insultó a las religiosas y qué no les dirá, con su vocabulario de
alcantarilla y luego pidió que le abrieran la puerta, porque ella se iba y no
regresaría jamás.
Esa primera noche en la calle, mientras ella dormía
cómodamente en las bancas de la Iglesia, el sacerdote hizo levantar al
sacristán, para que fuera a buscarla y la llevara al orfanato; el sacristán,
perdió su tiempo buscándola y no la encontró; al día siguiente renuncio a su
cargo.
¿Qué pasó con la Talega, después de ese percance?
Mira Darío, como esta loca, no era tan loca que digamos,
tuvo sus percances amorosos, con todo el que le gustaba y de estas andanzas,
nació un Taleguito, a la hora de
bautizarlo ella se presentó y les dijo, ni modo de decirles el apellido de su
padre, porque he dormido con muchos; una señora del pueblo adoptó el niño para
que no sufriera al pie de su madre y cuando tenía nueve años, un carro lo
atropelló y lo mato.
Ese día la Talega llegó al lugar de los hechos y le dijo
al muerto: «Siquiera te libraste de esta cosa».
¿A cuáles actividades se dedicaba la Talega, después de su retiro del
orfanato?
La afirmación que hago de que no era tan boba se debe a
que razonaba perfectamente, pues en su nueva vida se dedicó a hacer mandados,
aseos de las casas, cobranzas como chepito, y muchas cosas más.
Pero esta anécdota te dice mucho: Acostumbraba a llegar a
la casa de Don Rubén Gaviria, todos los días a la hora de tomar el algo, pero
recuerda que como no se bañaba, olía muy mal, entonces Don Rubén diseño un buen
sistema para deshacerse de ella: Con el fin de no negarle un mendrugo de pan,
ellos le daban el algo, pero luego decían, vamos a rezar el rosario y la Talega
inmediatamente decía:
Pero en sus oficios, ella cambiaba trabajo por comida, o
sea que tenía asegurada la comida, en casas diferentes todos los días.
En el oficio de chepito, ella conseguía información de
todos los problemas que tenía la persona a quien le iba a cobrar y los de todos
sus familiares y cuando la persona se volvía terca para pagar, ella vociferaba
a todo volumen los problemas de esa persona y sus familiares.
Esto obligaba a los deudores morosos a conseguir dinero
prestado para pagar, antes de que la Talega, los siguiera torturando.
¿Cuéntanos cómo fue su muerte?
A sus noventa y cinco años, la Talega resultó con
problemas muy serios de salud, la gran dificultad radicaba en que se dejara
examinar del médico, para poder diagnosticar su enfermedad; al fin lo lograron
y después de muchos exámenes, el galeno certificó un severo problema en su
aparato digestivo.
Nuestra enferma contó con la asistencia de las hermanas de
la Presentación en el hospital, que para esa época era una institución
parroquial y la religiosa que la asistía rezaba constantemente el Rosario y
otras oraciones, que a nuestra enferma, para nada le gustaban.
Las religiosas para consolarla en su dolor, le hablaban
de la posible visita divina, para darle un alivio a sus males y una tarde,
balbuceando, por su pérdida de energías, les dijo: Díganle a la visita que
cuando la necesité, no vino; que ya no es necesario que venga, entró en coma y al día siguiente murió.
¿Cuál era el peor insulto que los ciudadanos le decían a María de Jesús,
como se llamaba la Talega?
Hay de aquella persona que en presencia de ella, hablara
de costales, jíqueras o cosas que se parecieran a un talego, porque de
inmediato, nuestro personaje, vomitaba toda la artillería pesada de su lengua,
contra él y contra toda su familia.
Debajo del zapote está
Debajo del zapote está
Llama la atención la forma cómo presentas tus historias, porque casi
siempre hay una hermosa circunlocución alrededor del suceso que vas a contar,
como para mantener la atención de los lectores, en todo momento y esa forma de
escribir es la que admiro mucho. ¿Cómo logras concebir esos escritos?
La cantidad de obras que me leí, cuando solo era una niña
de doce años, fueron mis directrices, para llegar a esta forma de escribir;
pero quiero que quede la constancia de que nunca vi en mis escritos, obras
importantes de la literatura antioqueña costumbrista, porque siempre los
mantuve muy bien guardados y custodiados en un cajón de un escaparate, pero por
una circunstancia especial, tal vez motivada por un descuido involuntario mío,
esos escritos fueron descubiertos por uno de mis hijos y ellos, mi familia y
los amigos escritores que me enseñaban, como Manuel Mejía Vallejo, me obligaron
a sacarlos del rincón del olvido y fueron llevados a la Biblioteca Pública
Piloto de Medellín, en donde los publicaron.
¿Cómo es la historia de una familia a la que no se le podía decir «Debajo
del zapote está»?
En esta crónica, empleo esa que tú, llamas elegantemente
circunlocución, para describir en primer lugar a Cielo azul, como
sobrenombre a Sopetrán, que es un rincón muy querido de la tierra y que bien
pudiera, haber sido el paraíso terrenal en donde nació la humanidad.
También acudo a un personaje ficticio, como es el viajero
que viene a estarse unos días en nuestra querida tierra y por último invoco la
presencia de la dueña del hotel Edison, como se llamaba el hospedaje de Doña Elvira,
una humilde señora que tenía su negocio en la casa, que en la actualidad es un
hotel de mucho caché y hablo de la calle real o calle Uribe Uribe, que es la
vía de entrada, que tomó su nombre coloquial del hecho, que por ella pasaron
los grandes personajes del tiempo de la Colonia, para subir del Rodeo al
Chagualal y luego por el camino de la banca, ir hasta la ciudad de Medellín.
La finca del dueño del palo de zapote, era en la subida
del Llano, tal vez en el lugar en que hoy está construida la fábrica de
textiles.
La crónica es más o menos así:
El conductor del carro le cuenta al viajero que Cielo
Azul es un gran pueblo y le va mostrando todas las bondades de nuestro terruño
tropical; cuando llegan a la calle rial, como decimos los sopetraneros, le va
mostrando la importancia de los edificios que la acompañan, en donde están el
hospital, el asilo, los juzgados y el liceo José María Villa, al llegar al
Edison, le dice:
–Si quiere lo dejo aquí, pues éste es el mejor hotel.
Tres días después, cuando el viajero está a punto de
partir, ocurre un incidente muy común, protagonizado por niños irrespetuosos y
un señor llamado Juanchito, bisnieto del personaje al que primero le decían «Debajo
del zapote está», por burlarse de la mala jugada que un joven atrevido le hizo,
cuando el muchacho iba por su propiedad, con el fin de enamorar a una de sus
hijas y el joven para desquitarse del viejo, por los tiros de escopeta que le
hiciera, creyendo que le iba a robar los zapotes, se le apareció, en forma de
espanto y de entre la sábana que lo cubría, le dijo al dueño del árbol. Debajo
del zapote está, cerca de la raíz principal y el hombre, al día siguiente
empezó a tumbar el árbol por sus raíces, hasta que lo arruinó y en el momento
en que lo estaba tumbando, el joven pasó con unos amigos y le gritaron: Debajo
del zapote está. Con esto el señor comprendió que el joven le hizo tumbar el
mejor árbol que tenía en su huerta de la subida del llano, para burlarse de él.
Concluyo diciendo que han pasado tres generaciones y
todavía no se les puede decir: Debajo del zapote está, porque la emprenden a
pedradas y con todo tipo de palabras vulgares, para defenderse de sus opresores.
En la revista Antioquia Típica
que publicó Marhino A. Mejía V. patrocinada por el Doctor Gustavo Bustamante
Morato, aparece un artículo tuyo de mucho valor literario, bajo el nombre de Al oído de Colombia, que describe a Sopetrán tal como la naturaleza
lo concibió, regálanos ese artículo, para publicarlo en esta entrevista y para
que todos los sopetraneros lo conozcan ampliamente.
Hay otros artículos en esa misma revista, que me llenan de alegría, cuando
los leo, porque todos esos preciosos recuerdos pertenecen al tiempo de mi
niñez, como El Sopetrán de aquel tiempo;
Las fiestas patronales en Sopetrán; y La
semana Santa; háblanos a vistazo de águila, de algunos pormenores de estos
artículos.
Dicen que todo tiempo pasado fue mejor y me identifico
con ese axioma popular, porque si me permitieran devolverme, en los actos de mi
vida, regresaría a esos tiempos y allí me quedaría.
Ese hermoso Sopetrán de mi niñez, era de calles torcidas
como una serpiente y empedradas con cierto estilo; a su templo parroquial, no
le habían hecho tantas maromas, para ponerlo bonito, porque su fachada o
frontispicio, era de empañetado común y coloreado con cal, de la que
blanqueamos nuestras casas.
Pero lo más llamativo de sus torres, con una altura impresionante
de 28 metros, eran sus campanas de bronce bien templado, que cuando recibían
los golpes de los badajos sabían anunciar la alegría de las funciones
religiosas (tan tin, tan tin.); los duelos de los paisanos, amigos y familiares
muertos (tan; tin; tlan.); y las famosas plegarias, con que se pedía ayuda,
cuando uno de nuestros edificios ardía en llamas (tan, tan, tan; tintintin).
Pero si miramos las serranías que nos rodean, Montegrande
y Guayabal, tenemos que traer a la mente que fuera del normal esplendor de su
vegetación, son para nosotros la mejor
estación meteorológica porque en ellas San Pedro anuncia los aguaceros que son
más efectivos que un purgante de magnesia; las tempestades, cuando suena los
cueros y produce los rayos, y todas las variables del clima habidas y por
haber.
En fin en este artículo hablo de todos y de cada uno de
los lugares especiales que tiene nuestro terruño, para que los moradores de la
tierra, sepan que nuestro pueblo es un verdadero paraíso de ensueños y que todo
aquel que llega a conocerlo anhela quedarse para siempre en él.
Los otros dos artículos, son de suma importancia, porque
en el primero hablo de la gran fiesta patronal que cada año celebrábamos, con
la visita episcopal de monseñor Miguel Ángel Builes, el prelado que dirigía los
destinos de la Diócesis de Santa Rosa de los Osos.
Esas fiestas, que solo se celebraban los días 14 y 15 de
Agosto, eran espectaculares, porque toda la ciudadanía, echaba la casa por la
ventana, con sus estrenes y con la concurrencia a los actos religiosos; era un
espectáculo especial la llegada del señor obispo y el tope que los caballeros
importantes del pueblo le hacían, desde el Llano de Montaña o desde el caserío
de Tafetanes.
Aún recuerdo con mucha alegría, la forma de vestirse del
prelado, que parecía un miembro de la corte celestial, cuando se revestía en la
bomba y caminaba hasta el templo, con su hermosa sonrisa y con un manojo de
bendiciones , que repartía a diestra y siniestra; casi siempre, al llegar al
parque, un miembro distinguido de la comunidad, leía un discurso especial, con
todas las normas literarias incorporadas y luego la procesión eclesiástica se
dirigía a la Casa Cural, como se les decía en esa época a las que hoy llaman casas
parroquiales, para que el señor obispo descansara, porque luego, como casi
siempre llegaba en las horas de la tarde, Su Excelencia presidiera la Salve y
la Novena, porque en esos tiempos, no permitían las misas vespertinas.
Las fiestas que ahora se celebran, las han convertido en elementos
comerciales, porque no hay la devoción que nosotros les poníamos a esos dos
días, ahora son diez días de novena y al paso que van, las convertirán en
quincenario, porque son muy rentables económicamente.
Valdría la pena volver a las viejas costumbres
religiosas, que nada tenían que ver con su majestad el dinero
También eran muy solemnes las fiestas del Corpus Christi,
porque para nosotros era la procesión más importante del año. Recordemos que en
ella sale Nuestro Señor Jesucristo, a recorrer las calles del pueblo y a
conceder todo tipo de favores a los que devotamente los soliciten.
En esta fiesta, nombraban comisiones para que organizaran
altares, con todo tipo de ornamentación y colorido, para que recibieran a Jesús
Sacramentado y con la bendición, en cada uno de ellos, bendecían a las familias
que vivían en esos sectores.
Magnolia, si quisiéramos escribir un libro con tus historias de vida,
anécdotas y relatos cómicos, deberíamos pensar en una pequeña obra de dos o
tres tomos, pero como en los reportajes, no debemos extendernos mucho, sabemos
que con los relatos que hemos hecho, los sopetraneros te van a conocer mejor y
van a aprender a quererte, porque eres, una de las mujeres más destacadas de
nuestro pueblo. Como punto final, nárranos dos anécdotas de las travesuras que
los jóvenes de tu época hacían en las procesiones de semana santa.
Enrique, el hijo menor de don Lucas Barrera, era tan endemoniado, que en
las semanas santas, las fiestas patronales o en las grandes concentraciones de
personas en la plaza de Bolívar o en el atrio del templo, llenaba los tarros
grandes de galletas saltines, con avispas cachonas o rabiamarillas y las
agitaba con mucha fuerza, para que estuvieran bien toriadas, luego abría el
tarro y las lanzaba al aire, y estos animales picaban a todos los transeúntes.
Pero mira lo peor: En un Viernes Santo, mientras el sacerdote predicaba el
Sermón de la Sentencia, habían puesto de Pilatos, a
un hijo de uno de esos ricos del pueblo,
que era como abobaliconado, y el Enrique había llenado un jícara con frutas de
mamoncillo chupadas y empezó a tirarle a Pilatos, el cual se aguantaba, con
mucha cultura los golpes, pero de pronto una fruta hace blanco en la cara del
muchacho y este se desespera y lanza la palabra grande en pleno sermón de
sentencia y detrás de ella, fue lanzando una a una, todas las palabras de
grueso calibre, que dicen las personas vulgares; luego se tira del anda sale
por la plaza, gritando, como alma llevada del demonio, todos los insultos que
se le venían al cerebro y como la túnica que le habían puesto era muy larga, se
la arremango, y a calzoncillo suelto, parecía un alma en pena corriendo para su
casa y de cuando en cuando vociferaba:
Sopetrán, 23 de febrero 23
del 2015.
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