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martes, 14 de junio de 2011

Reportajes históricos,
con los grandes genios sopetraneros
Darío Sevillano Álvarez


De la pluma y de la imaginación de don Darío Sevillano Álvarez han salido algunos reportajes póstumos a personajes sopetraneros que se han destacado en diferentes actividades de la cultura y del saber. El primero que sacamos en este Blog lo teníamos preparado para el evento de la Primera Noche de Ensueño, pero por razones técnicas no pudo salir con el documento del evento del 27 de mayo pasado en que se rindió homenaje a la lirista doña Felisa Montoya Montoya y al ingeniero José María Villa Villa. Este reportaje lo incluyo en entrada aparte porque en caso de incluirlo en el correspondiente al evento corre el peligro de no ser leído por aquellas personas que abren el blog en el día presente. Por esa razón enlazo las dos entradas para que los lectores pasen de una a otra. Un enlace está en el nombre del evento en este párrafo y el otro en el final de la entrada correspondiente al 2 de junio.
El editor

Sopetrán ha sido cuna de ilustres genios en muchas disciplinas, que engrandecen el terruño y sirven de modelos de comportamiento a propios y extraños, por esa razón me propongo hacer unos reportajes históricos, para mostrar, sobre todo aspectos humanos, de la vida de estos grandes hombres.
El primer documento tiene que ver con José María Villa, ilustre ingeniero, que se apuntó el éxito de construir cuatro puentes colgantes sobre el río Cauca, uno sobre el río grande de la Magdalena, sirvió de asesor en la construcción del de Brooklyn y una cantidad de pequeños puentes, sobre quebradas y riachuelos, que sin lugar a dudas lo ponen entre los mejores hombres de América y tal vez de la tierra.

Como  la madre de mi madre, se llamaba Paulina Villa Builes y José María, era primo de ella, éste ilustre hombre, tenía un parentesco lejano conmigo, esto me lleva a iniciar los reportajes con él.

Nótese bien. Esta idea surgió, porque en una de las muchas conversaciones que a diario sostengo con don Juan Ospina Ruiz, uno de los pocos intelectuales que quedan en Sopetrán, me dijo:

—Darío, usted que es un buen historiador, apúntese el éxito de escribir unos reportajes, con los grandes personajes, que han nacido en su tierra. Le contesté:

—Voy a ver si soy capaz de hacerlo, porque para esa labor, se necesitan tres cosas: Una muy buena cultura general, un gran conocimientos de la vida y obras de los personajes, además de la sagacidad propia del buen periodismo.

José María Villa Villa


Primo, ¿cuál era la razón para que le gustara contar las montañas, que tenía frente a su hamaca, en el Pontiadero?
Vea, Darío, recuerde que yo había nacido en la Siberia, 44 años atrás y usted, buen historiador, sabe que esa finca, es jurisdicción del lo que ahora es el corregimiento de Horizontes, que en mi tiempo, no existía, porque solo en la década de los veinte del siglo pasado, apareció el caserío que conocemos con el nombre de La Chapa. Cuando me sentaba a descansar, yo veía toda la serranía de Palogrande y si mal no recuerdo, eran siete crestas, por eso, Yo decía: Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis…, y cuando llegaba a siete, sabía que en esa estaba la casa donde había nacido.

¿Cómo fue eso de que uno de sus padres había planteado la posibilidad de hacer un puente, para llegar a Santa Fe?
Toda la vida, les oí el relato de un paseo que hicieron, cuando mi madre me estaba gestando, y que uno de los dos dijo: «Qué tan bueno que hubiera un gallo, capaz de hacer un puente, para ir a Santa Fe», porque, a decir la verdad, era impresionante el paso en canoas y balsas. Los psicólogos argumentan que a los niños gestantes, la madre les imprime carácter de algunas cosas, como era el caso de las madres espartanas, que miraban todo el tiempo del embarazo, escenas de guerras y sus niños nacían guerreros por naturaleza. Recuerdo que ellos decían: «Tal vez estamos pensando en cosas que no veremos jamás». Le confieso una cosa, usted conoce la casa en donde nací; muchas veces me paré en el volado del patio, a hacer cálculos de cómo poder anclar un puente en ese lugar.

Josema, ¿cómo fue aquello de la prueba de resistencia que le hizo al puente, con unos novillos?
Hombre, la gente en sus crónicas, van desfigurando las cosas y han alcanzado a decir que monté en el puente, cuatrocientos novillos cebados, pero esas son fantasías que ustedes los historiadores tienen que saber manejar, porque nosotros los montañeros, sabemos que un novillo bien cebado, pesa seiscientos kilos y si hubiesen sido, cuatrocientos, el kilaje tan exagerado, para una prueba de resistencia, hubiera tumbado hasta los anclajes del `puente. Sí subimos una buena cantidad de terneros, la barahúnda fue horrible, la curiosidad de las personas superó mis cálculos y  el puente se podía garantizar para seis toneladas de carga y eso era lo importante. Recuerde que las pruebas de resistencia, en la actualidad, las hacen con unos sacos cargados de agua o con carga que supere un poco la verdadera capacidad del puente. Me contaron que el historiador Santafereño don Samuel Cano en una entrevista que concedió para la televisión estatal, dijo que el puente podía con mil soldados armados con sus fusiles y  su respectivo pertrecho. Pero fíjese Darío, que si fueran mil hombres de poco peso, unos sesenta kilos por soldado, tendríamos sesenta toneladas de peso, sin agregar el kilaje  de los fusiles y el pertrecho, tonelaje suficiente para derribar el puente con todo y sus anclajes.

Hombre, usted  me puede desenredar eso de que Antioquia era un estado soberano y que tenía nueve departamentos. ¿Cómo era la cosa?
Primo, usted recordará, que en la administración de Mariano Ospina Rodríguez, se montó un sistema de gobierno muy diferente, al de ahora y tal vez le decían a nuestro país Estados Unidos de Colombia. En efecto, Sopetrán era uno de los departamentos,  a los que también se les decían cantones, lo simpático era que el departamento se llamara Sopetrán y su capital era la ciudad de Sopetrán. Creo que los municipios que lo integraban eran Sabanalarga, Liborina, Sacaojal, (Olaya), San Jerónimo, Ebéjico y Belmira.

Hay unas anécdotas que se le atribuyen. Valdría la pena que les pusiera la firma. Según dice una de sus biógrafas, la periodista Pilar Lozano, de la cual soy amigo personal ¿Cómo fue la cosa de que nunca escribía desde Estados Unidos y que la única carta era un cero, con la firma?
Hombre Darío, la mentalidad mía siempre fue pensando en las matemáticas y todo lo resolví, con ellas en la mano, esa vez, mandé un mensaje, muy claro: Queridos familiares: cero problemas. José María, y parece que el único que entendió el asunto fue mi hermano, que tal vez era el que mejor me conocía.

Cuentan sus biógrafos Hernán Echeverri y Pilar Lozano, una hazaña, que parece de locos: Dicen que cuando recibió la nota de que el Estado no podía seguir pagando su carrera, usted buscó soluciones y no las encontró y al final decidió pedirle al Consejo de Gobierno de la Universidad en donde estudiaba, que lo graduaran sin cursar los semestres. ¿Eso es cierto?
Darío, ese fue uno de mis grandes apuros, porque cuando recibí esa nota, me faltaba la mitad de la carrera, lo primero que hice fue ponerme de profesor de español, pero eso no producía mucho y ya con las esperanzas perdidas y casi con la maleta empacada, me presenté ante los profesores y les propuse que me realizaran los exámenes finales y que si los ganaba, me otorgaran el título. No sabe usted las caras que pusieron, todos se quedaron perplejos, se miraban, tal vez decían mentalmente: «Este muchacho, tiene que estar loco». Pero uno de ellos dijo: «Usted es el mejor alumno que tenemos en relación con las matemáticas y ha ocupado siempre los puestos sobresalientes». Al final se pusieron de acuerdo y me dieron un tiempo para presentarme a las pruebas. Yo me fui al pequeño salón en donde vivía y coloqué en el suelo, por falta de espacio, los libros que debía dominar para realizar esas pruebas y los que ya me iba sabiendo, los colocaba al otro lado de la mesa, pues no había más campo, para hacerlo. Al fin presenté los exámenes y obtuve mi título.

Primo, ¿siempre sus cartas fueron tan enigmáticas como la del cero?
Casi nunca tuve la costumbre de escribir largo y me parece que de literato, no me habría ganado un sancocho. Recuerdo que cuando tenía decidido casarme, mandé un telegrama, que era la moda de la época, en donde les decía: «Sinforiano Villa y señora: Reclamo bendición. Mañana daré salto mortal». Mi matrimonio fue con Josefita Villa.

Dicen que por su talento, adquirió tanta fama en Estados Unidos que el genio diseñador de máquinas Thomas Alva Edison lo invitó a que trabajara con él en su taller de Nueva Jersey. ¿Eso es verdad?
Claro Darío, esa eminencia de genio, me invitó, pero no fue de boca, sino que me mandó una nota, que conservé por muchos días, en una de mis chaquetas, pero a mí me quedaba difícil trabajar con él y estudiar. Eso casi nadie lo sabe, porque me parecía poco discreto, andar contando esas cosas que podían sonar petulantes.

¿Cuál fue la razón por la que resultó haciendo tantos puentes sobre el río Cauca?
Darío, El gobernador Marceliano Vélez, conversó muchas veces conmigo y siempre se quejaba de que había dos Antioquias: La de oriente, que era rica y pujante y la de occidente que era pobre y no tenía por donde sacar a los mercados nacionales y extranjeros sus productos. Esa razón me hizo recorrer las orillas del Cauca de sur a norte y de norte a sur, buscando lugares adecuados para anclar puentes y unir a las dos Antioquias. Por eso, cuando me buscaban para hacer un puente, ya tenía el lugar adecuado y las especificaciones que tendría la obra.

Los periodistas, a veces, somos un poco curiosos. quiero confirmar si la anécdota que cuenta Pilar, en su obra El violinista de los puentes colgantes, es certera: ¿Qué empacó cuando, después de un descanso, salió de su casa en La Siberia, para hacer los puentes?
Ja, ja, ja, ya usted. se cogió el chisme. Mire, en el carriel, llevaba La barbera, el espejo, la peinilla, jabón de tierra, tabacos, aguardiente y un pañuelo, y en el equipaje, unos planos al carboncillo del puente de Brooklyn, unos libros de cálculo, una libreta, muy rebujada de apuntes relacionados con  todo aquello que tiene que ver con las matemáticas, un barómetro, un termómetro, otros instrumentos de medición, que sin lugar a dudas me servirían para hacer mis investigaciones. Pero lo más satisfactorio de este viaje, fue mi encuentro, en una fonda caminera, con don Manuel Uribe Ángel, que tenía fama de buen médico, excelente botánico, buen cartógrafo, especial orador, presentador y escritor de libros de: cuentos, viajes, novelas, ideas filosóficas, y buenas ciencias sociales, sobre todo geografía. Fueron muchas las conversaciones que sostuvimos y las ideas que intercalamos.

Tengo entendido que en sus largas conversaciones con don Manuel Uribe Ángel, discutieron acerca de la forma más adecuada para hacer los caminos en el departamento de Antioquia. ¿Cómo fue aquello?
A pesar de que la línea recta, es el camino más corto entre dos puntos, tal como lo expresa la Geometría, en nuestro departamento, esa norma no es válida, porque los caminos deben hacer curvas de desnivel para superar las montañas y sobre todo para que los hombres, los animales y las máquinas no se cansen. Nuestros aborígenes fueron expertos en este arte y con las mismas normas, trasladaban el agua de un lugar a otro, sin muchos problemas. Afortunadamente los dos teníamos la misma concepción sobre este punto.

Usted fue profesor de la Universidad, antes de partir para Estados Unidos en busca de su grado de ingeniería, cuéntenos algunos intríngulis de esa época.
Claro Darío, Tuve la oportunidad de dictar mis clases en la alma mater, y entre las materias que recuerdo están Trigonometría, Agrimensura, dictaba algunas materias en la escuela de minas, de alguna forma, estuve vinculado a todos los talleres, de los cuales recuerdo los de mecánica, carpintería, ebanistería, caldería, carretería, cerrajería, fundición y herrería. En estos talleres, se producían herramientas y maquinarias, piezas para los ferrocarriles, partes para los telégrafos, herramienta agropecuaria, armas y municiones. Allí disfruté de muy buena fama y aunque un poco exagerado, todos decían que yo hacía las operaciones más delicadas, en forma de cálculo mental y muchas personas querían conocerme, por esas dotes que tanto cacaraqueaban los chismosos.

Cuénteme con cuánto dinero partió, para los Estados Unidos, la primera vez y qué ocurrió la segunda vez que regresó a ese país, como encargado de negocios del Estado.
La primera vez, llevaba en el bolsillo la cantidad de $1.800, actualmente puede parecer una suma irrisoria, pero en esa época, era una cantidad respetable de dinero. Por la otra parte de su pregunta, fui comisionado para representar el Gobierno, como importador de materiales para Colombia, pero con tan mala suerte, de que en ese momento empezó la Guerra de los Mil Días y a toda hora, recibía órdenes y contraórdenes, por las grandes dificultades de los gastos que generaba la guerra. Viendo que eso me estaba creando un mal ambiente como empresario, decidí regresar, a lo mío, las Matemáticas y los puentes.

¿Es cierto que los puentes fueron construidos casi simultáneamente?



Mientras estaba construyendo el puente de Jericó, aparecieron unos señores, que por la manera de vestir, se podía adivinar que eran buenos empresarios y personajes importantes, y mi intuición no me engañó: Eran hombres que la explotación minera y las tareas del campo, habían convertido en grandes magnates. Venían a formularme la propuesta de hacer otro puente, el de Pescadero, entre Yarumal e Ituango. Después de muchas conversaciones, al amanecer les dije que sí y a raíz de esta decisión las gentes decían, a mi paso: Allá va, el bohemio de los puentes; y otros murmuraban: Anda más que un arriero. Después de  terminarlos, por mi propia cuenta emprendí la tarea de hacer otros, en pequeñas quebradas y riachuelos. Fueron muchas las peripecias que tuve que sortear, casi con el don de la ubicuidad, porque a pesar de que tenía en cada lugar un subalterno de confianza que dirigía mientras no estaba, algunas cosas, nadie las resolvía, porque eran de difícil manejo, como los trastornos con las cargas de materiales; la búsqueda de las maderas; las grandes epidemias de los obreros; y muchas otras cosas. Recuerdo con mucho agrado, que en la inauguración del puente de Ituango, fuera de un discurso, muy bien redactado por el alcalde de la época, un concierto con una pequeña banda municipal y muchos otros honores, colocaron en el puente, un retrato mío, pintado al óleo, con un letrero muy significativo: El Concejo Municipal de Ituango, al probo, modesto e inteligente ingeniero.


¿Cómo fue un cacharro que se le presentó con un trabajador que decían era brujo?
¿Huy!… Claro eso fue a finales de 1883, cuando uno de los trabajadores me notificó que se retiraba y que tuviera mucho cuidado, porque el año 84 sería bisiesto y se acercaba el final de los tiempos. A pesar de que traté de convencerlo, no lo pude lograr y en efecto ese año, fue fatal para mis empresas, entre los problemas que tuve que sortear, recuerdo: Una nueva guerra; los empresarios que pagaban las construcciones, se contagiaron de nostalgia; estaban reclutando gente para las filas del Estado y, lógico, para los rebeldes, que nunca han faltado; se confiscaban los bienes, etc. Por fortuna y con muchas dificultades, pude entregar el puente de Jericó, que llamaron puente Iglesias por sus torres parecidas a las de los templos, recuerdo con alegría, que las señoras, para cruzarlo, se ponían velo en la cabeza, por respeto al puente. Apareció un nuevo contrato, debía hacer un puente en La Pintada, que serviría para conectar a Santa Bárbara con Valparaíso, hice mis maletas y me fui al sur del departamento. Entre tanto, ya había presentado los estudios correspondientes al puente de Occidente y en efecto, mientras estaba trabajando en La Pintada, recibí la gran noticia de que habían aprobado su construcción, que era mi más grande anhelo. Como ves, las obras en los puentes, fueron casi simultáneas.

¿Cuál era su preocupación  más grande con la construcción del puente de Occidente?
En cada puente, tuve que resolver problemas muy diferentes y eso me gustaba, porque era un reto a la imaginación y a la sabiduría con que se tenía que hacer cada uno. Pero con el nuevo proyecto, había que buscar, la solución a un problema muy serio con la geodinámica externa: el viento. Este problema podía significar que las inversiones en el puente fracasaran en un minuto, con uno de esos huracanes que rugen con mucha fortaleza en el cañón del cauca y sobre todo en ese boquerón que forman las rocas madres a lado y lado del río. Esa noche no dormí pensando en soluciones, pero después de muchas maquinaciones me dije: «La obra exigirá más trabajo, más dinero, más prudencia y mucho más tiempo»; pero la misma ciencia, es decir, no hay innovaciones científicas y sigo haciendo lo que he venido trabajando con los demás puentes. Porque usted sabe, que un ingeniero se tiene que volver un sabio, para adivinar el comportamiento de los materiales, frente al frio, al calor, a la humedad, a la sequedad, al viento, a los pesos que tienen que soportar, y sobre todo a las fuerzas y tensiones.

Primo, a propósito de esta larga exposición de factores que se deben manejar en la construcción de puentes, ¿cómo sabía que el alambre podía con cierta cantidad de peso, cuando en esa época, no había mucha tecnología, ni aparatos especiales, que así se lo indicaran?


¡Huy!Darío, recuerde que estamos hablando de finales del siglo XIX y que América, en los principios del siglo XXI, aún no ha salido del subdesarrollo; nos tocaba trabajar como se dice coloquialmente, con las uñas. En el pontiadero, que era una extensión más o menos amplia, había muchos árboles de ciruela, a la sombra de ellos, amarrábamos un alambre de palo a palo y le montábamos piedras, que habíamos pesado y estaban marcadas con sus respectivas etiquetas; dejábamos el experimento por varios días y tratábamos de que el tiempo cambiara, todo esto, para saber cuál era el comportamiento del alambre con el peso que le habíamos puesto, frente al frio, al calor y a la resistencia. Como es de lógica, revisábamos, si los alambres se estiraban o no y si esto no ocurría, agregábamos más peso; todos estos cálculos nos servían para decidir, cuantos alambres debía tener cada cable. Me parece que en el museo de Antioquia, conservan algunas maquinitas que tuvimos que diseñar, para retorcer los alambres, para entorchar los cables, y otros menesteres, que de no haberlas diseñados, nos hubiera tocado más difícil. Recuerde  cuando estuvo estudiando física, la función de los dinamómetros, que son los instrumentos que sirven para medir fuerzas.

Josema, antes de seguir adelante, le quiero hacer una pregunta, que no es la mejor, pero es indispensable, porque ella mide la calidad de las orientaciones que usted daba para no correr riesgos. En las grandes obras que hacemos en este momento, el primer paso que tienen que dar las compañías es consignar en un banco los dineros de los seguros que van a cubrir a los empleados. ¿Cuántos obreros se le mataron en la construcción del puente de Occidente?
¡Uf!, Darío, esta es la respuesta más amarga que tengo que hacer. En los trabajos del puente, manejé cuatrocientos obreros y tenía la esperanza de que nunca iba a tener esos riesgos, pero cuando habíamos pasado lo peor, que era montar los cables, ya estábamos en los más fácil, montar el piso del puente, Lisandro, uno de los mejores, dio un traspié y cayó al río. No sabes lo que se siente, viendo que uno de los nuestros se va para siempre y nada se puede hacer para recuperarlo. Esa tarde el destino me arrancó muchas lágrimas; el campamento parecía un velorio; nadie pronunciaba palabra; la luna, nos iluminaba, con cierta melancolía, propia de los que sentimos terror, por la pérdida de algo a lo que estábamos aferrados; los perros regañaban, como lo hacen los coyotes en los territorios mexicanos y el sueño no llegaba a los ojos, que desesperados buscaban en las tinieblas, el regreso de la figura del ser querido que había desaparecido para siempre.

¿Recuerda usted algunos de los comentarios que se hacían cuando contrató la fabricación del puente?
Como ya queda dicho, este iba a ser un coloso, que mantendría su rango hasta muy entrado el siglo XX, por la característica de ser colgante y por la no menos atractiva de ser muy largo. Por estas razones, causó mucha expectativa en el público, que siempre está atento a cualquier evento importante que ocurre, para criticarlo o defenderlo. La mayoría de personas, no apostaban a que sería una obra perecedera, porque nadie había visto jamás, semejante atrevimiento. Pero yo conocía la técnica y lo veía viable y con muchas oportunidades de sacarlo adelante. Algunos decían que era una obra quimérica e irrealizable; otros argumentaban: Que se perdería el dinero  y que los inversionistas iban a quebrarse; los más optimistas decían: «Que bueno, vamos a ver por primera vez el puente más largo de América». Yo, siempre supe, que el puente no fallaría y como prueba de lo que le digo es el tiempo que lleva el puente: ya cumplió 100 años de vida y espero que cumpla otros 100 más.

Hay una anécdota muy simpática que no nos ha contado. Dicen que alguna vez un hombre muy ilustre le dijo: «Vea Josema, yo soy medio ingeniero y le recomiendo ponerle al puente un soporte en el medio, porque de lo contrario se le va a caer». ¿Eso es verdadero?
¡Uh!, Claro, esa fue una discusión con alguien que vino a supervisar los trabajos y en medio de una larga conversación dijo que era medio ingeniero y que por esa razón me recomendaba el soporte central, para que el puente no se fuera a tierra; recordando las recomendaciones de Descartes:«Definid y no discutiréis» y la no menos inteligente: «No discuta con alguien que sea menos inteligente que usted», le contesté: «Vea Hombre, consígase la otra parte del título y cuando sea ingeniero completo, discutimos éste asunto».



¿Sintió miedo o temor de que el puente se cayera, por falta del soporte central?
No, siempre he confiado en mis conocimientos y cuando concibo algo en la mente, deja de ser quimera y se convierte en realidad tangible. Recuerde que la experiencia es una madre sabia, que va determinando en la personalidad, el sentido de seguridad en lo que vamos a hacer. Esa vez advertí, que si no encontraba en el lecho del río unas rocas madres de buena calidad, haría el puente sin esos soportes y eso fue lo que pasó, pero las rocas de los lados tenían la característica de Ígneas, que son las de mejor calidad, cuando de firmeza se trata.

José María, cuando aún no había leído mucho sobre su vida me daba la impresión, por un retrato pintado al óleo, por Don Alfonso Goez, el gran pintor y escultor sopetranero y al que don Samuel Meneses un profesor muy conocido en el colegio, lo había calificado con esta palabra: epónimo, que usted era un personaje petulante, mal geniado e introvertido, pero ahora veo que tal vez estaba equivocado. ¿Cuál es su opinión de este concepto?
Sí que me alegra que haya tratado este tema, porque más bien lo que soy es muy tímido y cuando no conozco mucho las personas, poco hablo y parezco lo que dicen los bobos: «Que la lora del míster era muda», claro porque era un currucutú. Pero cuando se da el caso de una conversación amena, como la que estamos sosteniendo, entre familiares, soy el otro José María. Los obreros del puente, eran mis amigos y muy conocidos y nos tratábamos como familia, no se imagina las noches tan amenas que pasábamos y las veladas tan agradables que hacíamos al son de la beba, de las anécdotas y de los cuentos. En las noches de fin de semana, la tertulia era más familiar, pues no teníamos el afán de madrugar para el trabajo; porque eso sí, soy exigente, como el que más y los trabajadores a medias, no los soporto. El día que estábamos inaugurando el puente, cuando llegué muy bien vestido, como dicen algunos, disfrazado de doctor, todos gritaron: ¡Que viva Villa! y yo les contesté con una botella de aguardiente en la mano: ¡Que beba Villa!

Dicen las buenas lenguas, que es poco amante del dinero. ¿Eso es así?
Mire, con estas dos anécdotas puede sacar la conclusión: Cuando terminé los trabajos del puente sobre el Río Magdalena, solo los anclajes, porque la estructura metálica fue importada, me pagaron y metí el dinero en una de mis botas grandes, luego fui y me tomé unos aguardientes y parece que me quedé dormido. Cualquier personaje que estaba espiando mi actitud, se dio cuenta, sacó el dinero y tomó las de Villadiego. Cuando me desperté supe que me habían robado y en vez de asustarme o preocuparme dije: Gracias a Dios, que ese dinero cayó en manos de alguien que lo necesitaba más que yo. La otra es: Un día en Sopetrán alguien me llevó una revista extranjera para que leyera un problema de Matemática que estaba de difícil solución y pedían: Que se resolviera y si la respuesta era verídica otorgaban un premio en dinero, parece que la solución fue acertada y recibí el dinero del premio. En ese momento alguien a quien no conocía dijo: «¡Qué bueno que esa platica fuera mía», se la entregué y le dije: «Tómala, es tuya». El personaje desapareció, como por encanto, mostrando que era muy feliz.

Cuénteme: ¿Cómo fue el cacharro de los planos del puente?
A raíz de lo que había dicho al medio ingeniero, llevaron muchos chismes al Gobierno central, para que se supervigilara más la obra y se hiciera aterrizar, al ingeniero terco, sobre los fracasos que iba a ocasionar el puente sin soporte central. Mandaron una comisión para que observaran y llevaran el prontuario del ingeniero excéntrico, tal vez para removerme del cargo. La primera pregunta que hicieron fue: «Usted se metió en camisa de once varas; su diseño es muy atrevido; ¿No teme equivocarse?». Era lógica la pregunta, porque el puente en sus estructuras, se apartaba de la rutina con que se hacían, hasta ese momento. Les contesté que esos soportes los necesitaban más los puentes Europeos y los de estados Unidos, por la caída de nieve en los inviernos, ya que esta, cuando se acumula en grades cantidades, supera el tonelaje para el que fueron diseñados y los derriba. Luego argumentaron que los anclajes, no eran tan novedosos, por los materiales que estaba utilizando. Hice una pequeña pausa, porque estaba fastidiado con las minucias que argumentaban y al final les dije: «Si por común entiende, lo que no es nuevo y eso fue lo que quiso decir, convengo con ello; pero recuerde lo que dice Samaniego: “En obras de utilidad, la falta de novedad, no es lo que más perjudica”». «Todo está bien, —concluyeron—, Pero ¿dónde están los planos?» Y tocándome la frente les dije: «Aquí están». Se fueron como perros regañados y dieron un informe muy bueno sobre los trabajos que estábamos realizando.

¿Cómo fueron los preparativos para dar inicio a su obra máxima?
Recuerde que se había anunciado con bombos y platillos, lo que íbamos a hacer y que había una junta de personas del Gobierno y de grandes accionistas, que eran los que en última hora, ponían el dinero, y quien pone la plata; pone las condiciones. Mientras ellos se hacían todo tipo de cábalas y por supuesto, pensaban en las grandes utilidades que la obra iba a producir, por el pontazgo, o impuesto que se cobraría, por la pasada de personas, animales y mercancías, por el puente, a mí me correspondía, pensar en cómo lo iba a hacer, pero le confieso, que yo lo tenía listo en la imaginación y sabía con pelos y señales, como lo podía armar, desde tiempos atrás, cuando concebí la obra mentalmente. Lo primero que hice, fue una sustitución de materiales y técnicas de construcción, porque en las grandes obras europeas o americanas, se podían utilizar el hierro y el acero, en muchas cantidades, dada la razón de que ellos los producían y resultaba muy barato; pero a nosotros, nos tocaría muy caro, por ser un producto importado y sobre todo, por el transporte que en el país, andaba en alpargatas, pues la mercancía llegaba por barco y entraba por el río Magdalena, hasta Puerto Berrío; allí era empacada en el ferrocarril, hasta la estación que más se acercara a nosotros y luego el resto del viaje, debía ser en mulas, que era bastante dificultoso, por la mala calidad de los caminos, porque los andurriales abundaban y, dicho sea de paso, nuestras vías de penetración, son de difícil manejo por la cantidad de montañas que tenemos, muchas veces se utilizaba la remuda, que consistía en cambiar las mulas que vienen trabajando, porque están cansadas. Estas razones, me llevaron a pensar, que la madera sería mi mejor aliada y debía pensar en el comino, el guayacán y el cedro macho. Recuerdo que tomé un papel y escribí tres palabras que debía tener en cuenta para construcción del puente: Economía, utilidad y rigidez, o sea, que a un puente con más resistencia y de mayores proporciones, le tendría que aplicar la fórmula inversamente proporcional: A mayor resistencia y mayores proporciones; menor gasto. En fin todo lo fui calculando de modo que el peso del puente, no fuera mayor, que tres vagones del ferrocarril, totalmente cargados. También era importante en esta obra, la calidad de los obreros y me dediqué a buscarlos en Sopetrán, Sucre, Olaya, y Santa Fe de Antioquia; me busqué los mejores carpinteros de la región. Hay una circunstancia muy bonita, que no quiero pasar por alto: Entre las personas que encontré, había unos músicos, que me iban a acompañar en las horas de descanso, porque usted tal vez no sabe, al igual que la familia Sevillano, Yo también soy buen músico y mi instrumento preferido es el violín.

Cuenta Pilar, que usted hizo un almanaque especial, respecto a la construcción del puente, ilústrenos  algo sobre ese tema.
Hombre Darío, estas muy preguntón y veo que te sabes el cuento de pe a pa. Eso no era un almanaque, más bien un prontuario que iba diciendo las fechas importantes que tenían que ver con la construcción del puente. La primera fecha que marqué, fue el 4 de Diciembre de 1888, día en que empezamos las labores en el ponteadero. Otra de ellas fue el 4 de Agosto de 1889, porque ese día descubrieron que había petróleo en el golfo de Urabá y eso lo celebramos con borrachera a bordo. Fíjese eran unas fechas importantes, pero no las recuerdo todas.

Me contaron que este puente en especial, debía tener una tirantes, por aquellos de los vientos tan fuertes que genera el desfase de temperaturas, en el cañón del cauca, ¿Eso es cierto?
Darío, con usted salta la libre en el momento menos pensado. Claro, ese fue uno de los grandes problemas que tenía que resolver, porque el puente iba a estar sujeto a fuertes revolcones y como el peso que manejaría, era de un alto tonelaje, con absoluta seguridad, la obra estaba destinada al fracaso. Estas cosas no las enseña la universidad, pero un buen ingeniero tiene que suponerlas, para que los agentes meteorológicos, no vayan a matar sus ilusiones. Con el equipo de servidores más inmediatos, me di a la tarea  de hacer unos amarres temporales de los cables, en forma oblicua al puente, y en cada experimento, hacíamos anotaciones de cómo menguábamos los movimientos bruscos, provocados por los vientos. Al fin encontramos la fórmula perfecta y el lugar del amarre preciso, para que la estructura, fuera capaz de manejar las corrientes de aire, Ese día celebramos como los buenos bohemios, con whisky blanco, como le decían en Estados Unidos al aguardiente. A esta proeza, yo la llamaba las trampas adicionales, para tomarle el pelo a la geodinámica externa.

Un pajarito, me contó una amargura que tuvo con unas rocas que se fueron al suelo, como se dice en el lenguaje coloquial. ¿Qué fue lo que ocurrió?
Sigo sorprendido por su pericia en el arte del periodismo, y veo con agrado su sagacidad para manejarlo. Mire, cuando estábamos organizando las rocas del lado de Santa Fe, para anclar los cables, porque por ahí empezamos, una tarde vimos con mucha tristeza que nuestro trabajo, se había perdido, porque las rocas, estaban cediendo; pase muchas horas pensando en soluciones y al fin las encontré. El proceso era parecido a una enyesada, cuando se presenta una fractura, solo que en este caso el procedimiento era inverso, es decir enyesábamos las rocas en la parte interna para que no se desmoronaran, y así conseguimos lo que necesitábamos.

Descansemos un poco con lo del puente y cuéntenos, algo muy simpático que le ocurrió en la ciudad de Medellín, en la procesión de la virgen del Carmen.
Hombre, ¡Qué verraquera! usted sabe más de lo que yo creo. Estábamos paseando en la ciudad de Medellín y recuerdo que tenía un dedo del pie muy inflamado; ese día era la procesión de la Virgen del Carmen y yo quería pateármela, pero mi madre me había negado el permiso, para librarme de los pisones que iba a recibir; sin embargo, me fui a las escondidas y cuando llegué de la procesión, Ella me estaba esperando para sancionarme y en medio del apuro, una musa, no sé cuál de ellas, me inspiró un verso. Mamá le dije, no me castigue y le cuento todo lo que ocurrió:
Las procesiones de Medellín
Son funciones de gran trajín;
El niño embiste y a veces llora,
Por ver la triste, Nuestra señora.  
Mi Madre se olvidó del castigo y yo me fui a contemplar mi dedo que estaba más golpeado que un Nazareno.

Josema, ¿Cuáles fueron sus primeros maestros?
Cuando era muy niño, mi primer maestro, fue don Juan Nepomuceno Villa, recuerdo que vivía muy cerca del templo en una vieja casona, que después el Padre Rafael Vélez tumbó, para hacer la famosa casa campesina que nunca funcionó. Este hombre lleno de sabiduría, nos preparaba para que pudiéramos ir a la ciudad de Medellín, a capacitarnos para enfrentar la vida; era un Señor amable, con una cultura general de mucho peso y todo lo que hacía, era un servicio de voluntariado con los jóvenes de la época. Recuerdo con agrado, las prácticas de matemáticas, que nos hacía a orillas de la quebrada, con chumbimbas y pepitas de toda clase, porque en ese tiempo, todavía no funcionaban los ábacos. Mi segundo profesor, fue el francés: Don Eugenio Lutz, importante profesor que había sido contratado por el doctor Pedro Justo Berrío, que para esa época era gobernador del departamento. Con este aprendí Algebra, Geometría, Trigonometría, Análisis y Cálculo infinitesimal. De la universidad, me expulsaron una vez, porque mi desordenado saber, me obligaba a meter la cucharada, cuando los profesores explicaban y eso, era lógico, los fastidiaba. Volví a la universidad, por las intrigas del gobernador, que era muy amigo de mi padre.

¿Quién era Pedro, un obrero suyo que fue muy famoso?
Yo sigo preocupado por los intríngulis que conoces acerca de mi vida. Este hombre, era nuestro cocinero y nos sorprendía, día a día con sus agüeros y carajadas, porque era lo único que modulaba. Una mañana cuando llegué a desayunar, me contó que venía una visita importante, pero que no traían nada y que por esa razón, estaba haciendo unas panochas de choclo y otras cositas, para atenderlos, lo mejor posible. Le pregunté que Por qué sabía eso; Y me respondió que la candela había sonado de un modo especial y que eso a él, nunca le fallaba, me paré y me fui a mi trabajo y en efecto, era la junta de la compañía administradora del puente, que venían a revisar nuestros servicios. Pero Pedro, era un soñador que vivía pensando en mitos, leyendas y espantos, todos le hacían rodela en las noches de taberna, para escuchar, sus asombrosos relatos. A mí me mantenía loco, por mis andanzas nocturnas en las mulas, pues según decía, un día cualquiera iría a ser sorprendido por uno de esos espantos y tal vez el susto me moriría. Le tenía especial morriña a Santa Fe, porque decía que esa ciudad que había sido cuna de toda la realeza española, era muy propicia, para que muchos espíritus, anduvieran sueltos.

¿Cómo fue la conversación que sostuvieron una noche de bohemia, acerca del camino para llegar al puente?
Vea, Darío, esa noche estábamos discutiendo: «Que pesar que estemos construyendo un puente de casi trescientos metros y no tengamos caminos para llegar a él». Allí redondeamos la idea de hacer un sendero de Sopetrán al puente y otro del puente a Santa Fe. Pero en la exposición de motivos, tratamos el tema de que el río había hecho naufragar a muchos y que la mayoría se habían ahogado, para empezar la obra, contábamos con 40 obreros del puente y con la colaboración de los internos de las cárceles de Sopetrán y Santa Fe.

Dicen que al ponteadero llegaban todo tipo de personas y que un día apareció un curandero, de esos que llevan en su equipaje, una serpiente a bordo. ¿Qué fue lo que ocurrió?
Darío, esa es una historia muy bonita, porque para esos días, estaba acompañándome mi hermano Enrique, que es médico y prácticamente él fue, quien manejó la cosa. Parece que el curandero haciendo alarde de sus dotes, hizo morder varios animales, entre ellos un ratón y todos murieron por la acción del veneno de la serpiente, que según dijo mi hermano era una Mapaná, algunos creían que la serpiente no tenía colmillo venenoso, porque el muy pendejo, se la enredaba en el cuerpo y en la cara. Cuando el curandero iba a hacerse morder del famoso animal, mi hermano se lo impidió y le dijo: Más bien suminístreme la formula, yo soy médico y tengo una farmacia en Medellín y a ella llegan campesinos mordidos de serpientes, de esa manera yo los puedo ayudar a curarse y el raicero accedió. Los dos se sentaron bajo un viejo chachafruto y compartieron los secretos de la fórmula mágica.

Volvamos al puente. ¿En qué fecha empezó a tender los cables?
Hay que hacer un complemento a su pregunta, porque escoger los hombres que iban a tender los cables, era una verdadera hazaña, pues debían ser personas sin miedo a las alturas; sin problemas de mareos; sin desesperos para trabajar y con buen sentido de un laboreo difícil, porque de verdad lo es. En medio de una velada espléndida, en una noche de farra y después de una larga disertación acerca de la responsabilidad de este asunto, escogimos los voluntarios que harían esta gestión. Yo, había rediseñado un aparato que servía para llevar el alambre guía, que serviría de sustento a cada una de los cuatro cables. Cuando estas guías estuvieron listas, empezamos a pasar cada uno de los 798 alambres que conforman cada uno de ellos. Sobre este punto se han tejido todo tipo de anécdotas, pero esas son fantasías que es bobada creerlas. Unos dicen que pasamos los cables armados a lomo de mulas; pobres animales, se hubieran ahogado; otros dicen que pasamos los cables por partes, y que luego los fuimos fusionando, qué bobada; unos terceros dicen que los pasamos en balsas o en pequeñas embarcaciones. ¿Usted se imagina, cuando el cable esté al otro lado, quién podrá elevarlo a la altura de las torres y de los anclajes? Volviendo a los cables, cuando un hilo se acababa, se hacía un empalme de 10 a 12 centímetros y se ajustaba con un hilo enrollado. Cada 38 hilos se formaba un manojo; y 21 manojos, eran un torrón o cable. Cuando terminaban las madejas, las entorchaban y cuando todas estaban listas, las volvían a entorchar, formando un cable grueso de 15 toneladas de peso, que parecía fundido en una fábrica. Con los cables ya listos empezamos a montar, los pendolones, unas varillas gruesas y cada cuatro pendolones, nos servían para amarrar una de las vigas en las que se iba a asentar el piso del puente.

¿Quién era el coronel W.F. Shunk?
Caramba, usted me llena de nervios por sus preguntas tan bien concebidas, que perecen premeditadas. Este coronel, era un gran sabio que estaba haciendo los estudios para ver la posibilidad de hacer un ferrocarril panamericano entre Ecuador y Costa Rica. Hizo muchas preguntas y estuvimos conversando casi hasta el amanecer,  Cuando le conté lo de las tirantes, para que el puente no fuera destruido por el viento, fue muy curioso y al saber, que eran 56 distribuidas en ocho grupos de siete, me dijo: «Veo que el siete es uno de sus números preferidos», y le contesté: «Siete son las notas musicales». «Estoy asombrado» dijo el Coronel y murmuró: «En vista de la ubicación un poco remota; las dificultades físicas y económicas que ha vencido; esta estructura es más grandiosa que el puente de Brooklyn, cuando se construyó». Y eso escribió en su libreta de apuntes.

¿En qué año terminó el puente?
Esa sí que es una buena pregunta, porque trae a mi cerebro grandes alegrías de ver que aquello que todos decían era una quimera la había convertido en una realidad. Después de muchos abrazos, despedidas y hasta algunas lágrimas, en los primeros días del mes de Diciembre de 1894, estábamos entregando al mundo el puente que tanto esperaban. Hay una anécdota que recuerdo con mucho cariño, una tarde de parranda parecida a todas las que habíamos realizado a lo largo de seis hermosos años, alguien dijo: «Villa, empezó el viento» y recuerdo que tomé mi violín, una botella de aguardiente, una hamaca, la amarré de lado a lado y me senté en la mitad del puente, casi en donde los cables están a tono con el piso y allí me estuve hasta que pasó la tormenta. En el pensamiento tenía esta idea, si el puente se va, me voy con él.

¿Cómo fue la ceremonia de inauguración?
La inauguración se pospuso muchas veces, por los problemas que vivíamos, causados por la guerra, pero al fin se dio. La fiesta empezó a las seis de la mañana, cuando salieron sendas comitivas de Sopetrán y de Santa fe; el gobernador y su aristocrática comitiva se colocaron en el corredor alto de la casona, soporte del puente en el lado de Olaya, el cual estaba debidamente engalanado, con todo tipo de perendengues; el acto protocolario, empezó con una salva de fusiles y las notas de una banda, el obispo de Santa Fe, rociaba agua bendita a diestro y siniestro, como es costumbre en estos casos; un toque  de trompeta, anunciaba el cambio de personaje, para leer su discurso, si mal no recuerdo, fueron cuatro: El del gobernador, el del Obispo, el del gerente de la empresa que iba a manejar el puente y el mío; yo no alcance a escribirlo, pero me defendí diciendo aquellas cosas que eran indispensables, como las penurias que vivimos en casi siete años de lucha; Las fatigas del trabajo y el mal clima; la mala alimentación y la falta de los materiales a tiempo, porque el dinero escaseaba; creo que terminé diciendo: «La lucha grande, engrandece». Utilice, algunas palabras bonitas, pero casi todas fueron del lenguaje ordinario, que a veces hicieron ruborizar a las ilustres damas; recordé, todas aquellas amarguras que había pasado, por las preguntas indiscretas, los malos entendidos, las críticas destructivas y todo aquello que hubiera fundido al más fuerte de los humanos. En el brindis, el gobernador dijo: «Por el primer cerebro y la primera inteligencia científica y práctica de la República y por sus obras». Para esa época, el puente era el primero en América y el cuarto en el Mundo.

Una pregunta final. ¿Cuándo su familia lo visitaba en el ponteadero, cómo se desenvolvía la visita?
Hombre Darío y sus preguntas. Muchas veces me visitaron y a decir verdad, se amañaban mucho, porque el lugar es precioso, solo que el calor es sofocante. A María, le gustaba ver cómo tocaba el violín y parece que heredó lo de la música, porque a sus diez años de vida, nos sorprendió a todos con su primer concierto de piano. Yo siempre le repetía: «La Música es muy parecida a la Matemática o la Matemática muy parecida a la Música; hija, la Música ayuda a vivir». Mientras esto funcione y me daba golpes en la cabeza, todo está bien. En los atardeceres, nos íbamos de caminada por la Sopetrana, de la cual tengo grandes recuerdos de mis años de niño.

Deme una Ñapa, como dice Raúl Tamayo Gaviria, en su artículo Jus gentium. ¿Cuál fue el cargo estatal que le ofreció el presidente Carlos E. Restrepo?
¡Ah!, cosas las suyas. Me ofreció el ;Ministerio de Obras Públicas y tal vez lo hubría podido manejar, a las mil maravillas, toda vez que esas cosas son mi especialidad, pero no nací para la política, ni para la religión. Fue una deferencia que consideré para mí, pero también para nuestro pueblo dado que su corazón ya lo había comprometido con este terruño. Aquí encontró la compañera de sus días doña Isabelita Gaviria Duque, la hija de don Vicente y hermana del general de la República don Rubén*.

¿Quién era Juan de Dios Higuita?
 Fue un alumno muy bueno que tuve en la universidad y se graduó de ingeniero y quien creyera que él estaba predestinado a reformar las estructuras del puente, para hacerlo menos pesado y más efectivo con respecto al tonelaje que soportaría. El método que adoptó, consistió en montar sobre las grandes vigas de ocho por ocho que sostienen el piso, unos rieles de aluminio, que es un material muy resistente y poco pesado y así las tablas del piso pueden soportar el peso, sin el riesgo de que se revienten y los carros caigan al río.

Bibliografía y créditos:
 José María Villa, un genio desconocido, por Hernán Echeverri Coronado.
Los cien años del puente de Occidente por Don Samuel Cano
Relatos de ilustres ancianos de la época en que vivió el Genio de los puentes colgantes en Colombia.


*En caso de haber aceptado el Ministerio el ingeniero Villa, tal vez no habría terminado, pues su muerte se produjo el 3 de diciembre de 1913, siete meses y cuatro días antes de terminar el período constitucional del presidente Restrepo (nota del editor).
Sopetrán, 23 de enero del 2010.
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