¿De quién es el puente de Occidente?
Todavía no es época
de salir a pedir votos. ¿importa que la economía misérrima de estos municipios
se siga deteriorando por el cierre del Puente?; por allá no hay fincas de
apellidos influyentes.
Bajo el titular «No hay plata
para el puente de Occidente» (El Colombiano, octubre 13 de 2012), se nos
advierte que «La Gobernación no tiene recursos para la obra y Mincultura dice
que no es responsable».
Y agrega el artículo del colega
Juan Guillermo Duque: «La restauración de una de las obras más emblemáticas de
Antioquia y patrimonio cultural de la Nación, el puente de Occidente (Santa Fe
de Antioquia), no tiene hoy un horizonte visible por una sencilla razón: no hay
plata. Así lo afirmó el secretario de Infraestructura, Mauricio Valencia, quien
explicó que el Departamento hoy no cuenta con presupuesto para la intervención
integral requerida».
Por su parte, «La Dirección de
Patrimonio del Ministerio de Cultura ha dicho que les corresponde al
Departamento de Antioquia y a los municipios de Santa Fe de Antioquia y Olaya
asignar los recursos para el mantenimiento y la conservación del puente, puesto
que la Nación lo recuperó de manera integral, entre los años de 1996 a 2000,
con una inversión cercana a los 1.292 millones de pesos».
Según este par de jugadores, hoy
resulta que el puente no es de nadie, luego de casi 120 años de servicio a la
comunidad de Occidente, al Departamento y a Colombia. Ahora sucede que el puente
de Occidente, ayer el predilecto de Antioquia y de Colombia, hoy no es más que
el hijo expósito, implorando caridad.
Y mientras los burócratas de
Infraestructura y los de Cultura, se apresuran a decir que no hay plata para
restaurar el puente (seguramente, escasos dos millardos de pesos; es decir, la
punta de las millonarias defraudaciones a la salud, la menuda de la
defraudación de Agroingreso Seguro, una sobra de las dietas parlamentarias, y
pare de contar), esa joya de la ingeniería colombiana se desmorona lentamente.
Así lo pude corroborar con dolor, hace apenas quince días, cuando lo visité en
compañía de mi familia.
Qué importa, señor gobernador,
señor Valencia, que las poblaciones de Olaya, Liborina y Sabanalarga, queden
prácticamente aisladas; qué importa que se rompa el cordón umbilical entre la
Ciudad Madre y el cercano Occidente. Todavía no es época de salir a pedir
votos. Qué importa que la economía misérrima de estos municipios se siga deteriorando
por el cierre del puente; por allá no hay fincas de apellidos influyentes.
Pobre raza antioqueña, que es
incapaz de valorar a sus viejas glorias, de preservar su patrimonio cultural,
de sentirse orgullosa de lo que tanto servicio prestó y aún hoy genera
bienestar para sus habitantes. Con razón dijo Jorge Robledo Ortiz, el hijo de
Santa Fe de Antioquia: «Hubo una Antioquia grande y altanera». «Hubo», en
pretérito.
Seguramente el poeta, al
contemplar la magna obra de José María Villa Villa, ya sospechaba que llegaría
el día en que los nuevos gobernantes de Antioquia no se avergonzarían de decir
a los cuatro vientos: «No hay plata para su conservación».
A todas estas, ¿dónde están las
voces de los diputados de Antioquia? ¿Acaso Antioquia no los eligió para que
defendieran sus intereses? ¿A dónde fueron a parar las consignas de los
representantes antioqueños contra el centralismo? ¿Qué hay de la retórica de
los senadores de Antioquia, en época de elecciones? Defender los intereses de
la tierra, no es fácil. Entiendo que para eso se necesita amor, coraje y
capacidad política. Y esos ingredientes no se consiguen en la botica Junín, ni
en tertulias de chismes, ligueros y aguardiente.
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