Lo bueno, lo malo y lo feo de la posesión del presidente de la República
Iván
Duque Márquez
Darío Sevillano Álvarez
Lo más importante de la posesión fueron las palabras conciliadoras
del señor presidente Iván Duque Márquez, que demostró sabiduría para dirigirse
al público, a pesar de que sus palabras no estaban escritas; porque estaba
manejando un esquema de trabajo, como lo hacen los grandes estadistas del
planeta. En ningún momento de su discurso dejó ver la violencia, la discordia,
la polarización, la persecución a sus adversarios, ni el odio de los
politiqueros baratos.
Estuve muy atento a su discurso y me llamó la atención,
la sabiduría con que trató a los colombianos.
Las grandes ideas de sus palabras fueron un llamado a la
cordialidad; a la despolarización de los ánimos; a la unión de todos los
colombianos; a la disposición del trabajo mancomunado, para sacar adelante el
país; a la igualdad del trato para todos los grupos humanos que componen la
república; a las buenas maneras, para que todos vivamos en paz, y, lo más
importante, anunció que no tenía enemigos.
Si los gobernantes extranjeros, que nos visitaban,
evaluaron las diferencias de los dos discursos, deben haberse llevado un mal
concepto del jefe máximo de la corporación legislativa colombiana.
Lo feo de la posesión, aunque un periodista anunció en
forma de chiste, un sofisma de distracción cuando dijo que esos vientos tan
feroces, estaban trayendo unos mejores tiempos para los colombianos.
Pero con todo y buenos vientos, ese desajuste del clima
se tiró en la solemnidad del acto que hubiera sido la mejor efeméride del año
político colombiano.
El único parche asqueroso de la posesión del presidente Iván
Duque Márquez fue el discurso del presidente del Congreso, el doctor Ernesto
Macías, que en vez de unas palabras de bienvenida, parecían un memorial de
agravios que mostraba a Colombia como un país agonizante, ante la faz de la
tierra; que instaba al odio y la polarización; que ofendía al presidente
saliente; que llamaba a la guerra; que desestabilizaba nuestras finanzas; y
muchas otras cosas más.
Para los analistas políticos, el presidente del Congreso,
es el peor enemigo que tiene Colombia y estas desafinadas palabras, debieran
producir su renuncia inmediata a la presidencia de esa Honorable Corporación y
la renuncia al Senado, porque es un hijo indigno, que no merece llamarse colombiano.
Si tenía esas investigaciones estadísticas, tan bien
logradas, no las debía haber leído ante un público internacional, ni ante los
medios de radio y televisión que transmitían la posesión del nuevo gobernante;
sino que las debió discutir con el presidente y su gabinete, en privado,
aplicando el viejo dicho popular: «La ropa sucia, se lava en casa».
Estas consideraciones, no se ajustaron a las normas de
cortesía con que se manejó todo el protocolo, ni a la solemnidad con que estaba
decorada la plaza de Bolívar.
Para mi tengo que el citado presidente, no es un senador
eminente que ha llegado a esas altas esferas, debido a jugadas malucas de sus
aliados y así seguirá toda la vida, porque como dicen en mi tierra: El que nace
para pudre; nunca llega a hueco.
Nuestro país quedó ante la faz de la tierra, casi como
está Venezuela, según las investigaciones de este señor.
Sopetrán, 7 de agosto del 2018.
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