UNA LARGA HISTORIA DE CONTAR, CON EL SOPETRÁN DE MIS AMORES
Darío Sevillano Álvarez
Hubo una vez, un lugar de la tierra, a orillas del río Cauca, en las vegas que hoy conocemos con el nombre de los salados de Córdoba, una gran familia de americanos, que se estableció en ese lugar, para vivir cómodamente, por espacio de unos mil años, antes de la llegada de Cristóbal Colón a estos lares.
Las causas más probables de su ubicación en este espacio fueron: La belleza del paisaje; la facilidad para compactar la sal, por medio de la evaporación del agua; la fruticultura silvestre, que se veía fácil de administrar; la cacería en abundancia, dada la gran cantidad de bosques naturales, que pertenecían a la categoría de bosque seco tropical; el emporio de la pesca, por la cantidad de grandes quebradas y ríos, y la tranquilidad propia del lugar por la falta de competencia, con otras familias, que garantizaba la ausencia total de los enfrentamientos y las guerras.
Todo parecía sonreír a estos humanos y empezaron a progresar aceleradamente: Su economía era muy próspera y en ella manejaba el sistema de trueque, con las tasas de interés incorporadas; cifraban su alimentación en la parte vegetariana, pero incorporaban las carnes de monte y de pescado a sus dietas, que los hacían: hombres con mucha fortaleza y una gran capacidad para montar las ciencias y la tecnología de la época; su agricultura, montada en el cultivo del maíz –con sus siete especies: blanco, negro, amarillo, de leche, de arroz, pira y pintado–, la yuca, el plátano, el tomate, las frutas, las calabazas y las plantas de aliño; sus ganados, los venados eran manejados con mucha cautela, para que la especie, no se extinguiera y sólo el cacique, concedía los permisos especiales a cada familia respecto al sacrificio de estos animales; sus armas, las más sofisticadas del momento, eran concepciones perfectas para mantener el cacicazgo entre las tribus vecinas: hondas, jabalinas, macanas, hachas de piedra y de madera; los venenos se fabricaban a base de plantas y animales y su punto de ebullición se constataba, cuando la persona anciana que los cocía, moría por efectos de los gases tóxicos; medidas a la altura de las circunstancias, como el palmo, el pie, la mano, la pulgada, la cuarta, el jeme, la vara, la yarda, el brazo, la braza, y una medida de capacidad importantísima: el aba, algo así como una pucha o medio litro; sus herramientas, a base de piedra, eran modelos de trabajo, como el garabato que servía de arado, las tarabitas para hilar, las ruecas, las lascas o bisturíes del momento, las ollas de piedra y de cerámica y una cantidad de elementos que hacían las delicias de toda la tribu.
Su religión, una mezcla de muchas culturas, por aquello de que descendían de invasiones, naufragios y todo tipo de peripecias prehistóricas, la cual fue exterminada por los españoles a sangre y fuego, dizque para montar, la católica, que aunque llena de defectos y adversidades de la época; sus creencias en la eternidad del alma, la existencia de un Dios, que cuidaba de sus hijos y los quería, la ley natural normal, en donde se prohibía: Matar, robar, hablar mal del prójimo, no desear sus bienes y todas aquellas cosas que un ciudadano de bien debe cumplir, cuando vive en sociedad; su idioma, un dialecto con todas las de la ley, que fue desaparecido de la faz de la tierra, porque el español, según decían, era más bonito; sus artes, que fuera de la alfarería y la costura, tenían la música y la construcción de instrumentos, como: los tambores, las maracas, los timbales y las flautas y ocarinas que hacían de barro, de madera y otros materiales; sus viviendas subterráneas, construidas con la mejor tecnología, a las que nosotros llamamos hipogeos; sus ciencias más avanzadas, como la astrología, la meteorología y una aritmética rudimentaria; y su cultura, llena de vivencias de todo tipo, que deslumbraron a Colón y a su equipo de maleantes.
En esta etapa de la prehistoria, la educación estructurada, sólo se daba a los hijos varones de las familias importantes, porque según ellos, las mujeres solo eran hábiles para las labores domésticas y la crianza de sus hijos. Recuerden que había cinco rangos o grupos en esas sociedades: caciques, zaques, jeques, brujos y vasallos.
Cultivo de maíz
Si hablamos del cacique, que de ninguna forma se llamaba Petrán, porque no existen registros históricos que así lo ameriten, era Zuburuco o Zubsabaruza, como otros lo registran en los libros de historia, era un hombre increíble, por su fortaleza y por su amor a sus vasallos, capaz de cuidar con celo, toda su jurisdicción que comprendía: Peque, Sabanalarga, Olaya, Sopetrán, San Jerónimo y Ebéjico. De este cacique dice la historia, que era tan aguerrido, que ningún español se atrevía a pisar sus dominios, circunstancia que motivó al rey de España, a adiestrar cinco perros bravos, que luego mandó con esta orden: Búsquenle pleito y déjenlo que pelee con los perros, los cuales se lo comieron a mordiscos.
También es importante decir: Que somos americanos, no Indios, por aquello de que Cristóbal Colón, tuvo un pequeño error, cuando llegó a las Antillas menores y creyó que estaba en la India y por eso nos bautizó con el nombre de Indios, que de ninguna manera se puede aplicar a nuestra raza.
Salado de Córdoba, cavado por los aborígenes. Con la llegada de los españoles a nuestras tierras de Córdoba, terminó la prehistoria y nos metemos en el cuento de la Historia Universal. El primero en llegar parece que fue el señor Francisco Herrera Campuzano, que venía con las funciones de Gobernador de Antioquia y Oidor de la Real Audiencia, el máximo organismo de control, de las actividades de la colonia española.
Cuál sería su sorpresa, cuando piso las tierras de Córdoba y se encontró con una población pujante, organizada, pacífica y receptiva. Era la coartada precisa, para montar allí un pueblito español y apoderarse del emporio de riquezas, que estos nativos poseían y de inmediato, procedió a fundar aquello que conocemos en los libros de historia, como: Viceparroquia de nuestra Señora del Saladito de Córdoba, acto que se realizó el 22 de febrero de 1616, a las ocho de la mañana, en medio de una misa muy solemne y luego viajó a las tierras del sur y fundó la ciudad de San Jerónimo, en las horas de la tarde.
No sobra decir que con la fundación, se montaba una viceparroquia, un cura doctrinero, como se les decía en la época, el padre Rodrigo de Santander, unas familias españolas, que se posesionaran como dueños absolutos de todo lo que había, incluyendo a los aborígenes.
A pesar de todas estas adversidades, el pueblito funcionaba en buenas condiciones, pero los aborígenes esclavos, no daban la medida en el trabajo, por aquello de que los españoles, tenían la falsa creencia de que sus esclavos eran mulas de carga y no necesitaban el descanso. Esta circunstancia, originó el suceso más escandaloso de la historia medieval: la traída de los negros del África, para ser vendidos como esclavos a los grandes señores.
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