Una historia musical...
Darío Sevillano Álvarez
Cuando voy por la calle y me encuentro con turistas que no conocen la cultura de nuestro pueblo, muy a menudo me preguntan:
–¿De dónde sale tanto músico en su tierra?
Esta pregunta surge del hecho histórico, que cuando ven las publicaciones en las páginas de internet, aparecen grupos musicales diferentes.
Las posibles respuestas, pudieran ser:
–Nuestra genética, tiene incorporado el programa de artística, en su disco duro, porque somos la fusión de dieciocho civilizaciones, de los viejos continentes, que han trasegado por los espacios infinitos del planeta y han derramado ese cúmulo de saber a diestro y siniestro.
Pero nada seríamos, si nuestros administradores descuidaran la sublime labor, de velar por la culturización de sus gobernados.
En nuestro caso, las administraciones municipales, a través de sus Casas de la Cultura, se han preocupado por mantener la llama del saber y de la artística, en sus sagradas aulas.
Es así como los profesores de música y danzas, mantienen semilleros de niños, que aprenden estas hermosas costumbres, para que la fábrica de músicos y balletsitas, no se vaya a extinguir.
En esta publicación verán las evidencias de lo que estoy afirmando, porque un buen reportero gráfico, tiene que aplicar el viejo dicho popular:
“A Dios rogando y con el mazo dando”.
“A Dios rogando y con el mazo dando”.
Pues en caso contrario, la información sería, como dice otro de los mejores refranes:
“Mucho tilín, tilín y pocas paletas”.
“Mucho tilín, tilín y pocas paletas”.
Los invito a disfrutar de este espectáculo...
Nuestros niños, son entrenados, en la disciplina de buen ritmo, porque un músico no puede fallar con el compás.
El profesor de música, John Jairo González da las instrucciones correspondientes, para marcar con los pies y con las manos, los diferentes ritmos musicales.
Observen la disciplina de nuestros muchachos.
Las instrucciones van y vienen.
Después de un buen calentamiento, a lo que vinimos; es muy placentero observar, cómo los instrumentos son más grades que los niños.
Es un espectáculo, digno de ser publicado.
Las damas, también se involucran.
En esta retreta, no sabe uno, si aplaudir a los que ejecutan o disfrutar del trozo musical.
Este niño, está feliz, porque los ejercicios de solfeo le suenan muy bien.
Me quedo sin palabras, ante la magnitud del suceso; la cámara indiscreta, sorprende a esta solista, haciendo sonar la flauta traversa.
Los percusionistas, están tomando un descanso, después de un largo ensayo.
¡Suspenso!
La orquesta de cámara, está ejecutando.
La orquesta de cámara, está ejecutando.
Se incorporan otros instrumentos.
Armstrong, el famoso tenorista, se quedó en palotes.
¿Y qué decir de las voces roncas de la orquesta?
Miren la malicia, con que estos niños interpretan la percusión, parecen jugando a pisingaña.
El director, con toda la seriedad que lo caracteriza, dirige las operaciones de su pequeña sinfónica.
Espero haber logrado lo que me proponía y que todos los que vean estas fotografías, sepan que en Sopetrán, nos levantamos y nos acostamos, al son de la música, aplicando aquel dicho de la canción:
“Las penas que a mí me llegan, pierden su tiempo llegando”.
“Las penas que a mí me llegan, pierden su tiempo llegando”.
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