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domingo, 16 de agosto de 2015

La Rebeca de la plaza

La Rebeca del maestro
Alfonso Góez González
y su larga historia
Darío Sevillano Álvarez.
  
A principios de la década del cuarenta, del siglo XX, el maestro Alfonso Góez González estaba en su apogeo, como pintor, escultor y dibujante, en aquel Sopetrán de nuestros amores, cuando sus calles y carreras eran unos rústicos empedrados y el romanticismo de sus gentes, mostraban una etnia montañera, llena de vigor, que se incorporaba a los quehaceres de nuestra madre Patria, acompañada de muchos genios habilitados en grandes ramas del saber humano, que nos mostraban como un pueblo pujante que se metía en la meta colectiva de su historia.


El maestro Alfonso Góez González, hijo de una humilde familia, conformada por don Pedro Góez, su padre; doña Dominga González, su madre, a la cual le decíamos con mucho respeto «doña Dominguita»; doña Laura Valderrama, su esposa, a la que llamábamos cariñosamente «Lula; y Darío y Astrid, sus hijos.

Las obras de este ilustre sopetranero, están esparcidas por toda la Tierra, porque a pesar de haber sido privado al derecho de la educación, por los maestros de la época, dada la razón de que era un niño precoz y buen caricaturista, que hacía burla de los maestros, con sus dibujos; se dedicó a la lectura de muchas obras y las generaciones lo proclamaron como autodidacta, dibujante, pintor y escultor, con todas las de la ley.

En los primeros años de la década de los cuarenta del siglo pasado, don Alfonso nos mostró, su vena artística, cuando decoró su casa, con estatuas de tamaño normal, en el comedor, con dos cariátides y el patio delantero con una Rebeca, que estaba sentada en un pedestal de piedras, observando las aguas de una fuente rectangular.


En la actualidad solo se conserva una de las cariátides, porque la otra fue derribada por un arrume de bultos de café, que el dueño de la casa, amontonó en ese lugar, en una forma irresponsable.

No era una cosa común, ver en un pueblo, como el nuestro, ese tipo de decoración tan sofisticado y tan valioso, por esa razón, las gentes desfilaban con mucha frecuencia, por los rededores de su vivienda, para observar las obras del maestro.


Una de las grandes atracciones de la decoración de su casa, era la Rebeca que había esculpido, para decorar la fuente del patio del Parral, si así lo digo, es porque conocí esa casa, como la palma de mis manos, toda vez que era yo el niño de confianza que hacía los mandados de doña Lula y de doña Dominguita; y don Alfonso, a pesar de que era un hombre estricto, me dejaba verlo pintar en el taller, que quedaba por la izquierda del comedor.

Pero la Rebeca, cuando Don Alfonso vendió su casa, a una familia campesina, rodó con poca fortuna, porque el nuevo propietario, veía que le Rebeca y su estanque, estorbaban para ellos cortar la leña, al son del hacha, y opinaron: Que la Verraca, porque ni sabían cómo se llamaba, había que venderla por el precio que fuera; y fue así como la Administración Municipal de esa época la compró, para colocarla cerca de la fuente del parque, que tenía la plaza de Bolívar.

Cuando la administración pública del municipio tuvo la Rebeca, en medio de su buena voluntad, la pintaron como si fuera un maniquí y quedó asquerosa, porque parecía una joven prepago, colocada en la fuente, pero en vez de mírala, la pusieron en forma tangencial, de tal manera que estuviera observando la ceiba, que acababan de sembrar.

A propósito de esta fuente, hay que decir que le pasó algo muy particular, porque el día que la quitaron de allí, para poner la fuente que actualmente disfrutamos, desapareció para siempre y no dejó ni el rastro.

Esto solo les ha pasado a nuestra fuente y al arca de la alianza del templo de Jerusalén.


Más tarde gracias a los esfuerzos de doña Ana María Álvarez Peláez, la Rebeca fue llevada a un taller de escultura en Medellín y allá, la convirtieron en una escultura, que parecía de bronce, a pesar de que estaba hecha de concreto y en esa administración, mientras gobernaba los destinos del municipio la doctora Lucy Holguín  Carmona, estuvo montada en su propia fuente, como se puede ver, en la fotografía de archivo.


 Pero las palomas, que abundan en todos los parques de las ciudades de la Tierra y que a veces se convierten en verdaderos problemas de higiene, hicieron de ella un desastre, como se puede ver el estado en que estaba, cuando la tomamos doña Ana María y yo.



Estas fotografías dicen por qué los organizadores del parque, querían deshacerse de ella, por el estado de abandono en que la tenían.
Por esta razón, le pedimos muy respetuosamente, al señor alcalde y a los que tenían la responsabilidad, de ejecutar las obras del nuevo diseño, que nos permitieran llevarla a mi taller, para restaurarla y después de dos meses la entregamos en esta forma.


Si escogimos el color terracota para pintarla, no fue un capricho, sino porque queríamos hacerles saber a los sopetraneros que la Rebeca estaba esculpida en barro cocido; recuerden que las estatuas y los bustos que decoran los parques y plazas de la tierra, pueden ser de mármol y en ese caso, el mármol puede ser blanco, negro o crema (cuando las estatuas son de mármol, no les puede aplicar ningún tipo de pintura, porque esto sería un pecado mortal de artes plásticas). Tambien las esculturas pueden ser de bronce o se puede imitar ese color, con la pintura que conocemos con el nombre de anoloc; este color es de un sepia verdoso brillante y a la pintura, no se le hace claro-oscuro; Pero las estatuas y los bustos, pueden ser de concreto y en ese caso se pueden pintar con cal de la que aplicamos a las paredes de las casas.


Algunos ciudadanos, en su buena fe, creen que se pudiera pintar, como se pintan las imágenes de los templos, pero eso no es posible, porque no son maniquíes ni prepagos, ni tallas de madera o bizcochuelos de yeso.

Dense cuenta de que ese tipo de pintura no es propio para la intemperie, es decir, para aguantar los rayos solares ni los efectos de la lluvia, ni la humedad de los días sin sol ni de las noches que conocemos con el nombre genérico de sereno.

Si son buenos observadores, vean cómo la pintura terracota de la Rebeca hace un buen juego, con la pintura de la fuente, que es un poco más oscura, que la que ella tiene y además juega con el conjunto de colores que ofrece el ámbito de la plaza, con los sócalos del templo parroquial.

Cuidado con caer en la tentación de entregarle esa preciosa escultura a pintores, que la vayan a chambonear con sus extravagancias.


Lo que más nos gustó del público sopetranero fueron las críticas que le hicieron a nuestra restauración, porque eso nos indica, que los ciudadanos de esta tierra están aprendiendo a querer su patrimonio cultural.

Bienvenida la crítica, porque estamos en una democracia y cada persona o entidad, tiene pleno derecho de fiscalizar la labor de aquellos que nos interesamos por el bienestar de nuestro querido pueblo Sopetrán.

Sigamos cuidando nuestro patrimonio y no permitamos que propios o extraños, lo quieran maltratar o desaparecer.

Los dejo en la grata compañía de la fuente que está presidiendo nuestra Rebeca.


Sopetrán, 15 de agosto del 2015.

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