De hoy en adelante, te llamaré Gabrielito que es el mejor de todos a mi parecer, ja, ja, ja, me habías tenido en una incógnita todo el tiempo, pero qué chévere descubrir la verdad a tiempo, cierto? .Te acuerdas de la señora Lulú? era una señora que cuando el padre Yépes decía la misa, ella al sentarse se quedaba dormida y se ponía a roncar tan duro que el padre la mandaba a despertar con el sacristán. Tambien había un monaguillo de apellido Tamayo, que era tan precioso, que una vez comulgué tres veces por verle la carita , porque era precioso, pues en silencio, estaba enamorada de él. que tal? ¡ sacar esto a luz después de tanto años! Igualmente en la calle real, habían unas señoras que hacían las melcochas más divinas que me he comido en la vida, y una parva que vendían al lado del almacén de don Jesús Vieira que ni te digo. abrazos a todos y sigo esperando la direccíón de Pilar Jaramillo Tamayo gracias. De Carmen Cecilia Contreras de Mejías.
A ver te cuento. Yo también fui monaguillo en la parroquia de Nuestra Señora de Fátima en Medellín desde el año de 1956. Como nuestra costumbre era ir a Sopetrán en las vacaciones de julio y de diciembre, también fui monaguillo en sopetran en las de 1956. Recuerdo las misas de las 4:00 a. m. los domingos. A lo mejor no tendría la cara tan bonita como la de Tamayo, pero también supe de una admiradora, en Fátima, que hace unos 10 o 15 años le contó a mi hermano Luis Gonzalo que ella iba a comulgar en las misas que yo ayudaba. ¿Ven que Tamayo no era el único?
¿Sabría Tamayo la técnica de coger la patena de tal manera que nuestro dedo meñique rozara el menton de las preciositas que se acercaban a comulgar? Si se identifica, se la enseño, pero ¿ya pa qué?. A ver, Raúl. ¿eras vos? o ¿tu hermano Claudio? Ya vos manifestaste la belleza de Carmen Cecilia.
Además del padre Yepes, recuerdo a otro padre, que si mi memoria no me falla, era de apellido Ramírez. De todas maneras lo corregiremos en caso de estar equivocado. Fe muy buena persona conmigo. Me llevaba a aque le ayudara la misa en el Hospital. Las monjas siempre daban sabrosos desayunos al celebrante y a su acólito.
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